Impedí el violento arrastre del río,
al frenético viento por mi mano
así, el ímpetu de un mundo tirano
y al cielo le hurté sus gloriosos brillos.
Quizá con ira sometí al impío,
no me vieron como hombre o como hermano.
Un dolor reflejé desesperado
en el ojo negro, iracundo y frío.
A la noche hurté todas sus estrellas,
al día su luz y sus amplios valles.
Yo les absorbí su esencia vital.
Todo lo incineré hasta las cenizas,
Sometí imperios y los grandes reyes
Un diurno reyisida, he sido tal.
* * *