Un
día
aquella
flor de amielado néctar
me
preguntó si existía el amor.
A
pesar de tantos libros y valijas
por
países antiquísimos,
debí
callarme.
Si
decía que no existe,
esta
delicada flor podría secarse
Si
decía que existe,
estaría
obligado a comprobarlo,
y
aunque, colmado de versos
lo
tratara de explicar,
mis
palabras serían
meras
bellotas huecas.
Muy
en el fondo tengo la respuesta
y
no sé cómo sacarla de las sombras.
Sé
qué es el amor, pero este saber
no
es conocimiento transferible.
Es
una intuición supraterrena.
Lo
sé por las mañanas colmadas de rocío.
Lo
sé porque he visto unos cisnes en pareja.
Lo
sé por la roja espuma del ocaso en el océano.
Lo
sé por la sonrisa primigenia de los hombres.
Más
allá de las entrelazadas manos,
yo
conozco la respuesta.
Y
de pronto, reafirmo mis saberes
en
un ars amatoria para las cosas
simples.
Recapacito,
y a pesar de la esplendorosa luna
danzando
dentro de mis ojos,
y
a pesar del amanecer ahogado
de
un ensueño indescriptible,
nada
puede intuir lo definido.
Todos
esos cuerpecitos
que
el amor ha utilizado para presenciarse
no
bastan.
El
beso por más duradero que sea,
apenas
es atisbo del caudal de los sentires.
El
corazón hundido en su idolatría
jamás
conocerá el amor.
Los
corazones fustigados por el miedo
tampoco
lo sabrán.
La
carne es apenas un soplo
de
su manifestación concreta.
En
una mente dividida
no
hay posibilidad de que aparezca.
Amar
significa
ser
uno con el todo.
Es
por eso,
que
el amor es
el
mayor de los enigmas.
* * *