Entra paciente
con
la gelidez de su consuelo
que
se incrusta por la vena.
Un
aire afrutado deviene,
irrumpiendo
con dulzón fermento
las
cornucopias de la carne.
Olor
a transfiguración,
a
olvido e indolora ausencia.
Tan
eternos somos
en
tanto que dura el alba.
Gráciles
felinos
agazapados
en la mesa.
Frágiles
orquídeas
moteadas
de colores inauditos.
Nada
escapará
al
señorío de la ceniza.
Nadie
tiene el poder suficiente
parar
aletear más rápido
que
un glorioso colibrí.
Todo
lo sepulta el polvo
y
nada es más poderoso
que
la nada.
Nos
ahogará amorosamente
en
una sola y última sonrisa,
fugaz
premonición en dicha
antes
de cubrirnos
con
su lengua persistente
que
nos zumba al oído.