jueves, 31 de diciembre de 2020

EL BOSQUE

El bosque murmura

los pétreos anhelos de un conde,

justo en ese jardín

donde los cuervos timbraron

las venas de la tierra.

Fue su palacio de hojas,

su recinto de pesares solitarios.

¿Cuántas veces habrá paseado

imaginando veredas de oro

y caminos de cuarzo titilante

para apaciguar sus vacíos?

Mi infancia aún brota

en el mismo manantial

donde él apagaba su sed.

Ni con todas sus minas

pudo compensar

la belleza del cielo y de la nube.

Las flores son de los vivos,

mas no de los muertos.

Poderoso y rico es quien respira.

El agua liberada  

aún es de témpano y turquesa,

y los peces

en la corriente se adormecen

con sigilo.

He gritado mi nombre

en ondulosas cuevas,

encontrándolo solo,

temblando,

bajo la infinita hojarasca.

 

Si bien es cierto,

aquí soy dueño de todas las formas,

y mi reino lo he fundado

en el minúsculo caparazón

de un tímido molusco

a la orilla del lago, 

en la húmeda bellota

cubierta de seda

por el vientre de la araña.

El domo

de una hoja seca de durazno

es mi pequeña alcoba.

Porque mi reino abarca

lo que abarca el aire,

lo que consume el fuego

y la noche palpa.

 

Le he vuelto a gritar mi nombre

a la oscuridad de la caverna,

pero me ha respondido

la cansada voz de un conde

atrapado en los ecos

que corren y corren

sin poder hallar destino.