jueves, 30 de julio de 2020

AETERNUM (silva)

Supe al instante que devino el fuego,        

percibí su lumínico arrebato,

carbón furioso, chispa, oscura brasa.

Yo, presencié el milagro.

Trece partos en turbias llamaradas

y cábalas de tibias oquedades.

La transfiguración  

que se enterró en mi aliento

como la gruesa espina al manso tallo.          

De somnolencias harta,

la rosa despertó su rojo intenso,   

su vellocino de tejidos áureos,

para sí envuelta y en sí

cubierta, ensimismada.  

Enloquecida pronunció mi nombre.

Del sueño me sustrajo,

de aquel tumulto de materia burda

yo desperté mi flama, 

que equivalía al sol y su lumbrera

en su fluorescencia coaligada.   

Poseo un alta alquimia entre mis venas.    

¿Quién hurga mis falanges?

¿Quién potencia mi ensueño dispersado?

Depuesto en la penumbra,

vagante entre las cosas.

He venido del vientre primigenio,

del éxtasis nocturno

que el destino confirió a la mujer,

verdemar chispeante de sus ojos.

Ella era el misterio, ella era la dama,  

de inmaculado velo.

La besé ebrio de dicha,

con el suave narcótico del beso.

En el absorto aliento

se instauran los elogios

al resoplar inamovibles pétalos,

logró extenderme su fugaz abrazo.

Así, manjar preciso,

y quien camina al lado de los cisnes

en contraposición a toda sombra.        

En la matriz de Leda,

sembrando vida en reducida esférula,

en pequeñas raíces bajo el loto

huyendo de la ocre realidad

que huele a amarga muerte.

Yo le apuesto a una luz ilimitada,

de indomeñable fuego aeternum.

¡Amor, llama lustral!                 

Enciende cada objeto en la penumbra,

a la inmisericorde piedra estática.    

Si al enarbolar flamígero mi éter,

si al elevarlo al cielo

a través del alto pino, y, dos copas,

que se aman, que se esconden en el viento,  

alveolos distantes, boquiabiertos,

de capullo en capullo

como irradiando exacto lo divino

y la pureza del fugaz estruendo.

¿Qué es el amor?, dilo ya, amada mía,

mientras afino cada acorde audible       

o me desangro suave entre las rocas

para extraerles su prístina esencia.

A todo esto, por fin, ¿qué es el amor?

Un demonio insaciable

poniéndonos a prueba diariamente,

una gran llamarada a media noche

al recrear los astros.

La tenue cuchillada mal hiriente

que en todo corazón deja su rastro

para nuevas alianzas con el fuego.      

¡Amor, me perteneces!,

pues, lo que por esencia se construye     

no se puede anular

persistiendo sobre el polvo y el vacío.

Mientras las formas buscan parentesco

la lluvia sobre el barro nos sepulta.

Volvamos a la ruta.

Enciende el faro cerca de mi lecho,

que aniquile la nada en el rocío

donde gloriosamente danzan faunos    

con sus rústicas flautas

vibrantes en sus dedos.

Dúctil el amor, cera consumida,        

entre más cerca estoy de su elemento

más ratifico mi natura etérea,

mi indómito crepúsculo.

Tumbados a la orilla del abismo,

cerca de aquellos envenenaderos,

abrevan los comunes

atando su dogal de envidia al cuello.

Con los años se caerán los otros.   

Los ordinarios mueren,                            

pero jamás la hoguera enamorada

que inmersa en nuestro corazón habita,

en esas preciosas gemas de tu iris.

Se derruirán los siglos

restituirán la primordial idea

para que el cuervo reflexione y vea

cómo entre las brasas se reconstruye.

¡Amor, yo esperaré!

A que tu incendio vuelva a macerar       

al mundo entre las llamas.

Le cantaré a la nueva decadencia

mientras aguardo intacto tu venida.

¡Que se derrumbe todo en la ceniza!

¡Las larvas con sus casas!

Que el fuego con el ascender eterno

habrá de revivirlas.