Hans Giébe, autorretrato (2022)
Aquel labial
al filo de la copa
no era tuyo,
pero hay
una manera de saber
si ese resplandor
fuera acaso un abalorio
que hablara sobre ti.
Si esa forma de caricia,
que aún me hiere
fuera acaso
un filoso tajo al viento,
de alba en alba,
en el hueco abocardado
en lo distante.
Quizás hayamos habitado
otros cuerpos,
otras sombras,
repitiendo símiles anhelos.
¿Te acuerdas de la diáfana luciérnaga
bailando en la orilla del cristal,
y del vestido que moldeaba
tu silueta con pétalos negros
en ollines apacibles?
Aquel labial
al filo de la copa
no eran tuyo.
Y me fui,
pero se quedó mi fuego,
la lisura de mi voz ardiente,
y mi cabello salvaje
sobre cada monumento.
Mis latidos me llevé
entrecortados por dejarte.
Pero se quedó mi rostro,
uno que enmarqué
de letras y vacíos
al muro tatuados.
Quise no irme
y dejarte el aroma del relámpago,
mi niebla toda
en el encaje de tus manos.
Aquel labial
al filo de la copa
no era tuyo,
pero me bebí el vino
asentado hasta su fondo.
Un vino de vergeles afrutado
y colmado de ilusiones.