jueves, 31 de diciembre de 2020

San Miguel Regla


El bosque murmura

los pétreos anhelos de un conde, 

justo en ese jardín 

donde los cuervos timbraron 

las venas de la tierra. 

Fue su palacio de hojas, 

su recinto de pesares solitarios. 

¿Cuántas veces habrá paseado 

imaginando veredas de oro

y caminos de cuarzo titilante 

para apaciguar sus vacíos?

Mi infancia aún brota 

en el mismo manantial 

donde él apagaba su sed. 

Ni con todas sus minas

pudo compensar 

la belleza del cielo y la nube. 

Las flores son de los vivos, 

mas no de los muertos. 

Poderoso y rico es quien respira. 

El agua liberada   

aún es de témpano y turquesa, 

y los peces

en la corriente se adormecen

con sigilo. 

He gritado mi nombre 

en ondulosas cuevas, 

encontrándolo solo,

temblando, 

bajo la infinita hojarasca.


Si bien es cierto, 

aquí soy dueño de todas las formas, 

y mi reino lo he fundado 

en el minúsculo caparazón

de un tímido molusco 

a la orilla del lago,  

en la húmeda bellota

cubierta de seda 

por el vientre de la araña. 

El domo

de una hoja seca de durazno 

es mi pequeña alcoba. 

Porque mi reino abarca 

lo que abarca el aire, 

lo que consume el fuego 

y la noche palpa. 

Le he vuelto a gritar mi nombre 

a la oscuridad de la caverna, 

pero me ha respondido 

la cansada voz de un conde

atrapado en los ecos 

que corren y corren 

sin poder hallar su destino.

sábado, 31 de octubre de 2020

Colibrí

 




Delicado colibrí,

¿adónde está tu hogar?

¿En qué pequeño pico

se esconde el néctar de la flor?

Metálico verde

tus plumitas supersónicas,

y el dorso deslumbrante

con tu espalda aturquesada.

¿Tendrás familia?

¿Esposa o amante?

¿Acaso un hijo?

Casi rozas mi aliento

cuando sostenía mi libro

en la somnolencia del jardín.

Quiero ser como tú,

a quien el viento empuja

con dulzura a su compás.

miércoles, 30 de septiembre de 2020

Evocarás

 Un fruto en espera 

de probar tus labios 

Un perro que recupera 

su salvajismo 

una vez que es lanzado a la calle. 

Evocarás cada uno de los ecos

que han dejado mis labios sobre ti. 

lunes, 31 de agosto de 2020

Floral

Cántico amielado

en la garganta floral

de un ave remota, 

blanca como rosal de nubes 

justo arriba del pistilo 

donde respira el sol 

sobre un petalopárpado.

¿Alguién se preguntará 

que es un petalopárpado?

Que le pregunte a la flor 

mañana al asomarse el alba.

jueves, 30 de julio de 2020

Imperceptible


Amar calladamente
como lo hacen las flores,
guardando su perfume
primigenio
que sólo perciben
los amantes...
Me miras
desde tu blando capullo
al rozar
mi ferviente dedo
el rincón donde gotea la noche
y alumbra tus dones
con gracias etéreas.

martes, 30 de junio de 2020

Île-de- France



Hemos anidado en ti
los cartógrafos aullantes
los que en destierro y en espasmos
danzamos con cangrejos
bajo gélidas estrellas.
Eres,
nuestra evocatriz de mármol
en quien buscamos la palabra antigua
como sedientos del consuelo.
Tus largos plumajes
de caliza a sotavento
caen sobre tus pétreos muslos
donde sostienes
a este aprendiz de lo imposible.
Todos te desean,
algunos como ramera de cine,
mientras otros
te queremos como musa.
París,
¿cuántos langskip vikingos?,
¿cuántas hachas sajonas y fusiles alemanes
habrán codiciado tu elegante salvajismo?
Venus de vidriosas aguas,
mi cisne enfermo de nostalgias,
corazón de todas las Galias
al norte de la Francia.
Islote navegante a solas,
mi lírida en topacios
de ambarino ensueño caminante.

Île-de-France,
las filosas lenguas de la pica
y las falanges bayonetas
intentaron devorar tu entraña monolita.
Saturada de fulgores
y de abriles cristalinos,
te deslizas en espejos de cian.
Con minucia y a detalle
redundantes cíclopes
te dedicaron fortalezas.
Te crecieron las espigas del futuro
entre hierros tubulares,
entre puentes
y silbantes nervaduras
izadas con glamour hacia los cielos.

Île-de-France,
en tus brazos espirales,
con turquesas en el Sena
nos inclinamos a beber
los desdichados
perdidos en vislumbres.
Por esos caminos
de leyendas empedradas,
en tus callejones de raudos amoríos
desperdigamos nuestra labia.
Los verdugos timbraron el cadalso
con ecos de otrora pálidos reyes
en Les Tuileries,
en La Concorde y en Versalles.
Cortaron la cadena de los reos en la Bastille.
Afilaron guillotinas seculares
entonando álgidas revueltas.
De ti, mujer etérea,
brota el canto de un pájaro nocturno
cuando marcha hacia la muerte.
Te mana un añejo aroma
de extravíos indescifrables.
En tu sacro corazón,
en tus torres y tu nombre,
los poetas encuentran sus hogueras
junto a adormecidas flores en relieve
y copiosos himnos agrietados.
Odas del pasado
que revives presurosa
cuando tejes porvenires.
Con delicia y con paciencia
maceraste lo inmortal
pintado en irrompible  porcelana.

Île-de-France, París,
te recuerdo como se recuerda
a la amante en el exilio,
con la vid entre los dientes,
y un destello en la botella;
con la virilidad
de mi pluma englobulada.
Te recuerdo,
con mis labios temblorosos
manchados de boreales ilusiones,
arrastrando mis cansados pies
desde el alba hasta el ocaso
en cada una de tus calles.
Explorando tus pequeñas aberturas
piedra bajo piedra
de palacios y murallas.
Te he palpado alegremente…
Los fuegos del invierno
inmersos en mi carne
aún persisten,
recordando la hermandad
de la ceniza con la nieve.

París,
me confiabas un secreto
por cada amanecer.
Atento te escuchaba y comprendías
mi mensaje ensimismado
al enviarme un gorrión entre listones,
como un pequeño niño ojialegre
hace mucho ya sin padres
a posarse junto a mis pies.
Me cobijaste tiernamente
con cada gramo de silencio adormecido.
Tus caricias las conservo,
tus maneras cortesanas
al tomarme de la mano
con la hoja siempreviva en tus jardines,
habitados por estatuas
y minúsculas criaturas.

Al subir tus catedrales
uno es viento, lluvia y hojarasca.
Es balastro incandescente
en las veredas de un altar arbóreo
del Buttes-Chaumont.
En Belleville conocí la dulzura de tu otoño
y tus mausoleos,
tus mercados multiaromas
de lácteos y cerezas.
Desde una buhardilla yo te contemplaba
con el gris de mis horas pasajeras
hasta ser acariciado por las moscas
en total arrobamiento.
Las aves eran flores con alas,
jugueteando en los hombros
de tenaces libertarios.
En sus mentes,
un enloquecido colibrí
zumbaba con mesura,
en cada libro abierto
de filósofo e ilustrado
conservados en humosas  bibliotecas.

A mí
me bautizó la nada en Saint Merri
una noche de versículos y enigmas,
con sus vientos guturales,
remojando mis oídos
en sonatas agridulces.
En suntuosos rosetones
las alabanzas recobraron su color.
Los vitrales medievales
me tatuaron las pupilas
de siervos, reinas y bufones.
Antes de que el polvo nos sepulte,
querida París,
y ya colmados por tanta noche,
dime sin titubeos,
¿a quién le debo esta eternidad
que surca por mi pecho?

sábado, 30 de mayo de 2020

Andrajosa anda la muerte


Se eclipsará

cada luciérnaga maravillosa 

en las picas del salvaje trigo, 

en cada grano triturado,

hasta destazar el titilo de su luz.

Arrojará al mortero 

la liviana cordura que le sobra...

Porque 

andrajosa anda la muerte

queriendo tomar el hilo de su brazo.

Quebrará su insecta voz

lejos de la copa arbórea 

donde suele refugiarse.

Morirá de sed como el filósofo,

de una sed terrible de conocimiento.


Andrajosa anda la muerte 

y vendrá 

por cada luciérnaga perdida

en medio de la noche.

jueves, 30 de abril de 2020

La rotura

Es posible que la vida transcurra
fuera de mí,
que haya sido expulsada
por la garganta fría de una boa.
Es posible que me haya abandonado
como los gorriones
cuando dejan el nido desecho
por un granizo metrallado
desde arriba.
Me dejas desnudo aquí,
para ser espectro vigilante,
protector del caos,
un paciente anacoreta
en espera del derrumbe.
Soy esa rotura en la porcelana
que consterna a quien la mira
por sus intrincados centelleos
de relámpago hecho miniatura.
Me has dejado
al margen de una lápida
junto a un tulipan negro
y una flauta quebradiza.
Tirado en la orilla
de ese brevisimo oleaje
de los charcos arcillosos.
No soy un poeta,
soy una pluma que danza
mientras el rocío dispersa
su música inaudita.
Vida, te disipas
en la exactitud de la grieta
que se truena
abriéndose camino
dentro de mí,
pedazo a pedazo. 

martes, 31 de marzo de 2020

Canícula

La primavera trajo
su canícula incendiaria,
su fuego crepuscular
que sentenció
a cada cabizbajo narciso
al encierro,
llevando en la frente
su testimonio de oquedad
a media sombra...
Del espejo les extrajo
el relamido escombro
de felino agazapado en un rincón,
mientras,
en rústico aislamiento,
ellos eran fustigados
por los rumores de lo oscuro .
Las piedras meditaban
a la orilla del asfalto,
en las serranías enclaustradas bajo el cielo
donde la perpetuidad del polvo
los reclama con su furia.
Tras las rejas de las casas,
celdas perpendiculares,
los cuerpos se agazaparon
como la uña rota,
como la roja herida,
temblorosos y pequeños,
irradiando sus pantallas en la palma
con aquella fantasía lejana
y los vestigios pesticidas
cosquielleando en la oreja 
del burgués,
haciéndole creer
que su permanencia es cierta,
que su vanagloria pesa,
siendo duradera,
sin haber demostrado jamás,
de manera fiel,
su mérito frente a los oráculos,
sin haber abandonado nunca
su porcino cuero
y el maquillaje cotidiano
que unta sobre el párpado.

Entre el agrio aliento de la peste,
estaban los otros.
Ningún temor sintieron
los que sabían que a su costado
se revuelca el infinito,
la sigilosa nada tras
el insistente grito del vacío.
Algunos le dimos la bienvenida
a las huestes del futuro,
a cada pulga infecta
y a cada diminuto óvulo
mercenario del silencio.
Así,
gato y hombre,
erguidos como la magra noche,
pasearon en su señoríos
de calma citadina
sobre esa perezosa oruga
queriendo salir del ataúd
y que ha dejado de comer 
por cuarenta y tantos días.
Ambos caminantes,
hombre y gato
esperan,
cautelosos,
a que la muerte
se evapore bajo el sol
al igual que la salada espuma
cuando los mares la disipan.

Hans Giébe
Pachuca, Hgo. 2020