Supe
al instante que devino el fuego,
percibí
su lumínico arrebato,
carbón
furioso, chispa, oscura brasa.
Yo,
presencié el milagro.
Trece
partos en turbias llamaradas
y
cábalas de tibias oquedades.
La
transfiguración
que
se enterró en mi aliento
como
la gruesa espina al manso tallo.
De
somnolencias harta,
la
rosa despertó su rojo intenso,
su
vellocino de tejidos áureos,
para
sí envuelta y en sí
cubierta,
ensimismada.
Enloquecida
pronunció mi nombre.
Del
sueño me sustrajo,
de
aquel tumulto de materia burda
yo
desperté mi flama,
que
equivalía al sol y su lumbrera
en
su fluorescencia coaligada.
Poseo
un alta alquimia entre mis venas.
¿Quién
hurga mis falanges?
¿Quién
potencia mi ensueño dispersado?
Depuesto
en la penumbra,
vagante
entre las cosas.
He
venido del vientre primigenio,
del
éxtasis nocturno
que
el destino confirió a la mujer,
verdemar
chispeante de sus ojos.
Ella
era el misterio, ella era la dama,
de
inmaculado velo.
La
besé ebrio de dicha,
con
el suave narcótico del beso.
En
el absorto aliento
se
instauran los elogios
al
resoplar inamovibles pétalos,
logró
extenderme su fugaz abrazo.
Así,
manjar preciso,
y
quien camina al lado de los cisnes
en
contraposición a toda sombra.
En
la matriz de Leda,
sembrando
vida en reducida esférula,
en
pequeñas raíces bajo el loto
huyendo
de la ocre realidad
que
huele a amarga muerte.
Yo
le apuesto a una luz ilimitada,
de
indomeñable fuego aeternum.
¡Amor,
llama lustral!
Enciende
cada objeto en la penumbra,
a
la inmisericorde piedra estática.
Si
al enarbolar flamígero mi éter,
si
al elevarlo al cielo
a
través del alto pino, y, dos copas,
que
se aman, que se esconden en el viento,
alveolos
distantes, boquiabiertos,
de
capullo en capullo
como
irradiando exacto lo divino
y
la pureza del fugaz estruendo.
¿Qué
es el amor?, dilo ya, amada mía,
mientras
afino cada acorde audible
o
me desangro suave entre las rocas
para
extraerles su prístina esencia.
A
todo esto, por fin, ¿qué es el amor?
Un
demonio insaciable
poniéndonos
a prueba diariamente,
una
gran llamarada a media noche
al
recrear los astros.
La
tenue cuchillada mal hiriente
que
en todo corazón deja su rastro
para
nuevas alianzas con el fuego.
¡Amor,
me perteneces!,
pues,
lo que por esencia se construye
no
se puede anular
persistiendo
sobre el polvo y el vacío.
Mientras
las formas buscan parentesco
la
lluvia sobre el barro nos sepulta.
Volvamos
a la ruta.
Enciende
el faro cerca de mi lecho,
que
aniquile la nada en el rocío
donde
gloriosamente danzan faunos
con
sus rústicas flautas
vibrantes
en sus dedos.
Dúctil
el amor, cera consumida,
entre
más cerca estoy de su elemento
más
ratifico mi natura etérea,
mi
indómito crepúsculo.
Tumbados
a la orilla del abismo,
cerca
de aquellos envenenaderos,
abrevan
los comunes
atando
su dogal de envidia al cuello.
Con
los años se caerán los otros.
Los
ordinarios mueren,
pero
jamás la hoguera enamorada
que
inmersa en nuestro corazón habita,
en
esas preciosas gemas de tu iris.
Se
derruirán los siglos
restituirán
la primordial idea
para
que el cuervo reflexione y vea
cómo
entre las brasas se reconstruye.
¡Amor,
yo esperaré!
A
que tu incendio vuelva a macerar
al
mundo entre las llamas.
Le
cantaré a la nueva decadencia
mientras
aguardo intacto tu venida.
¡Que
se derrumbe todo en la ceniza!
¡Las
larvas con sus casas!
Que
el fuego con el ascender eterno
habrá
de revivirlas.