sábado, 25 de septiembre de 2021

EL HERALDO DE LAS TEMPESTADES

Otrora fui cenzontle

el único danzante saturnal

en el disco del silencio.

Ahora soy viajero,

vaticinador de la noche,

ave que se posa

en la penúltima cuerda

de un pentagrama al aire.

Otrora fui luciérnaga sin lecho,

el heraldo de las tempestades.

La oriflama de una curva letra

que en su pabilo se mecía.

Ahora me erijo

en llamarada azul incandescente

sobre redondeles de alabastro y humo.

Un tridente para los batracios

que la mar afila presurosa,

enclavándose en el lóbulo

de los que saben escuchar.

Otrora deseaba

que el sol muriera a los pies

de cada una de mis ilusiones.

Que desecara a las criaturas

en sus gloriosas ruinas.

Pero ahora,

remuevo la herrumbre

del añil de la memoria,

toda esgrafiada toda

en sepias ruborosas

y grafitos de cobalto.

Otrora deseaba

un amor a pausas,

más que aquel correspondido

y que ha de abandonarse pronto.

Ahora,

tan sólo deseo

lo que no consume el fuego,

pues vale más

el carbón constante del latido

que la orfandad de las heridas.

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