Saturnino Herrán, La cosecha, 1909, óleo sebre tela, 72 × 100 cm. |
bañada
de dolor
mi
morena tierra yace.
En
tenue chispa pervive
debatiéndose
entre sombras
y
al otro lado de las sombras
pesadamente
respirando.
El
sollozo de un agrio amanecer
incorporado
al brillo oscuro
para
elevar su voz.
Libres
éramos,
cuando
el gallo divida con su grito
las
penas diarias de las calmas noches,
del
infinito campo donde manaba
el
límpido respiro del árbol y el silencio.
Recorría
el interior desnudo
de
cada hombre hecho de barro.
Al
otro lado del océano
mi
preciosa tierra yace
con
sus manos levantadas
sobre
las ruinas de este mundo
y
más allá del radiante éter de la aurora.
En
el claror de la esperanza.
una
madre reza previo al abandono
de
su cuerpo en disimulado sueño
para
opacar la furiosa desgracia.
En
estos espinosos caminos
repletos
de legiones y muertos vivos,
de
vivos muertos mandatarios
con
falso y deshonesto nimbo.
Los
oligarcas huelen a codicia,
sus
vulgares ojos de moneda
son
pestilente efigie de ignorancia.
La
familia unida
es
la riqueza de la mesa pobre.
La
miseria de la mesa rica
son
los dividendos en disputa.
Esperamos
una luz restituida
después
de la tormenta gris vidriante.
Al
otro lado del océano
renacerá
la justicia
y
se elevará en conjunta plegaria,
dulce,
humanamente, transformada.
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