A golden image
as the sun renders its homilies.
I think not of where I came from,
but of when.
There is a sepia sob
that I cannot peel off.
I put on a centipede as a tiara
because company is expensive,
that is why I have dressed
of hummingbirds.
A golden image
as the sun renders its homilies.
I think not of where I came from,
but of when.
There is a sepia sob
that I cannot peel off.
I put on a centipede as a tiara
because company is expensive,
that is why I have dressed
of hummingbirds.
Con vocación de odio
macero mis sueños en la nuca,
porque creo,
en la devastación de los astros,
en los murmullos del polvo,
en la divinidad de las larvas.
Aunque el caos
esté enamorado de sí,
aún veo revolotear a las abejas
para no caer
en el telar de las arañas.
Porque el dolor me suma,
como aquellos que cargan el fardo
y la herida desde la infancia.
Me suma un dolor
como la aguja en la pupila de lo vivo
que jamás se presta a zurcir
las facciones de una sombra,
esa que se irá,
con la misma casualidad
con la que llegó
arrastrándose a mis pies.
No pasaré desapercibido,
yo, que he cuidado
cada uno de mis pensamientos
como a una luciérnaga
en los días de seca y de osamentas.
Aunque no haya terciopelo en mi caída
o un suspiro entre las bestias,
tan fundamental,
como cierta melodía
entre las sienes del viajero,
mis ojos seguirán fijos
en la lejanía de las montañas.
Nuevamente,
he recurrido al insomnio
por su afinidad con el humo.
No le temo a la tormenta,
sino al abrazo de los hongos
cuando aromatizan toda tumba.
No le temo,
me digo entre los dientes,
a darle la espalda a la vida.
Foto: Francisco Navarro Ruiz
Hurgando en despojos varios
de estas locustas grafías,
entre sus vocablos rotos
que vibran de acústica onda
justo al clarear los días.
A leguas del pulcro tacto
y la extrañeza del agua
que ha pepenado sus notas
en aquel viento sin tregua
y una canción morinata.
Es justo a medio desierto
de vastedad celulosa,
donde está el signo y la marca
de aquel insepulto abismo
y unas moneras de plata.
Las fragancias de uno mismo
en la cresta de una duna
o ese nimbo de la idea
que solamente aquella urna,
tan saciada de animismo,
nuestra oscuridad aguarda.
Que sea el olvido
el más letal de mis desprecios.
Ante tu sapiencia de témpano,
calculadora dama,
la media vuelta es cura.
Ni una mirada
merece la flor que al poeta
no devuelva la sonrisa,
ni una palabra
merece el silencio.
Todo se ha volcado en ruinas,
los tesoros de Urano,
la desbocada aurora
que nos empuja a su abismo.
Un griterío de insomnes
que a nadie deja descansar
y arrastra cierta soledad dolora,
que en maledicencia mía,
te arrojó para que vuelvas
a mis brazos,
porque posees por esta vida
el mismo hastío que yo,
por esta niebla
que en su vapor se obstina,
el mismo hartazgo
por las cosas,
por los seres
y por cada minucia que flota
en la opacidad de tus ojos
que maltratan hondo.
Es por ello,
que sea el olvido
el más letal de mis desprecios.
Encadenado Prometeo yace,
el titán con la entraña renovada
que eviscera diario la garra alada
y castigarlo una y otra vez le place.
Brisa de mar que alivio da salada
y al cielo no permite se destace
a ese ladrón del fuego que renace
sobre cada suspiro en alborada.
El hígado trozado les complace
pues le robó a Helios la chispa forjada
y ser del hombre su inmortal enlace.
Benefactor de la flama dorada
encadenado Prometeo yace
por bien burlar la voluntad sagrada.
Paseabas nostalgias
tomando
de la mano
a
tu más preciosa memoria,
cuando
niña,
cuando
pura,
para
juntas recorrer
el
doblez de la blancura
en
adormecido silencio
como
suspendida
entre
las negras
cavidades
de las horas.
Cosechando
restos
de cristales
de
lo que fuiste
y
lo que soñabas.
¿Para
qué despertar?
si
la inocencia de tus ojos
se
volvió una huella.
Cerrados
miran
tan
iluminados
sobre
pliegues
y
dunas de seda.
Caminaremos
En
esos desiertos
hartos
de amores olvidados.
Abre
tu mano,
entrelázame,
pero
no despiertes
para
mí
ni
para nadie.
Qué
sol tan melancólico
se
posa ya en tu párpado,
viento
que arremolina
atado
a tus oídos.
¡Cuánta
vastedad hay
detrás
de aquellas nubes
de
ingrávida semilla!
Sus
espinas de luz,
traslúcido
cabello,
ociosa
evanescencia,
figuración
acaso
detrás
de los castillos
de
ese rubor flotante
donde
hartos se doblegan
en
lúgubres campanas
y
el magma evaporando
en
caireles de ilusión.
La
sangre borbotante
embarrada
en la cúspide
de
rojas transparencias
diluyendo
su escarcha
penetrando
a los vivos
sin
pudor.
Quizá
las olas vuelvan
del
mar algodonado
sus
vastas cordilleras
mirando
hacia la tierra
y
toquen nuestros pies.
¡Oh, roja Palestina!,
¿es acaso la guerra
una muesca interminable del odio?
¿Acaso es el fusil
el diestro espolón de una rabia huera
que aún no termina de asentarse hondo
en nuestros corazones?
¿Qué habrá sido de aquellos buenos dones
con los que bien jugaban nuestros padres
que por hogar tuvieron frías cuevas
y raían el músculo bisonte
con su benevolencia
esperando el estruendo de lo inerte?
¿Quién trajo el odio, quién?
¿Quién hundió al mundo en tanta podredumbre?
¿Sangre en vez de vinagre,
cruel y proterva la mano del hombre?
¿Rojizo es ese triángulo del hambre?
¿Quién mantiene asfixiada a Palestina
bajo la ira y el dolor?
¡Oh, negra Palestina!
el karnyx vocifera un viejo caos
muy propio de las plagas de Occidente,
moscardones de muerte,
alaridos y espiga
que en su solemne velatorio instigan
a hundirnos en las brasas.
A los por qués de un niño
cuando sádico el mundo lo fustiga
con brutalidad e ira.
¡Resiste Palestina!
y recuerda aquellos hijos de Kush
a los fieros Hachemí y los Omeyas
que se encomendaron a las estrellas
para derrotar al ser de la nada
y la esa infesta herida compartida,
semíticas estirpes,
mientras una manada
de ensangrentada encía y de ritual
resuella en la matanza y los escombros.
¡Oh, verde Palestina!,
no tengo minutero
para medir las dagas que resistes,
yo miro la longitud de mis uñas
y el pico roto de las horas tristes
dentro de esta gran jaula
de zozobra y de furia.
¡Ya cuéntame del fuego!
¿Qué hay de esa bella alfombra en llamaradas
que pisan los poetas?
¿También fundaron reinos bajo tierra
donde todo reverdece en oasis
ausentes de grilletes y cadenas?
Libertario el poeta
contra el desdén, el ego y la codicia
del que hurta los zapatos del cadáver
y el dedo en el revólver
lanzando sus misiles de malicia
sobre ese grueso muro de las penas
en donde se consuman genocidios.
¡Oh, blanca Palestina!,
el desierto es tu maestro y refugio,
un resguardo y una casa bajo el sol,
tu hogar y tu coraza.
El día en que mis huesos incendiados
ofrezcan a la mar
su calcio dominante a los abismos,
caerá el sacro dron y su sionismo,
todos los buitres broncos
con sus alas y cuellos fracturados
a la orilla de las agrestes dunas.
Cierto es que eternidad hay en la pezuña,
en la doliente carga de la bestia,
eternidad de polvo acurrucado.
Divinidad hay en esa luz que cruza
los pueblos enclavados
en esas montañas que el viento abraza,
y porque tan cierto es,
que a la par de los rústicos sepulcros,
indoblegables nacen nuestras flores.
Déjame poseerte
de otras maneras,
ahora que,
las ruinas de tu cuerpo
amanecen vulnerables,
ahora que
la confianza
de tu jovial carne
se retira.
Han transcurrido las tardes,
estragos han hecho de ti.
¿Adónde tu orgullo?
¿Adónde tu labia empoderada
en el óvalo de tu reflejo?
Te han vuelto humilde
las primeras canas.
El sabor amargo
de la decadencia
que llega sin sabiduría
y sin alegrías
que no supiste atesorar.
Mujer de madurez marchita,
¿por qué sigues buscado el amor?
Si lo encontraras,
desearías no haberlo invocado,
pues el amor visita
sólo una vez nuestros corazones
y sólo esa vez puede brillar
con más intensidad
que el sol.
*Detalle de la fachada del palacio construido por Adrián Ximénez de Almendral en 1760 y después propiedad de los condes Heras y Soto. Calle República de Chile 8, Centro Histórico, CDMX.
Hay
una tristeza
en
todas las cosas,
una
niebla indescifrable
que
brama y que jadea,
cierta
tesitura astral
temblando
de melancolía.
Hay
una tristeza
en
tus cuarteados labios,
un
lamento intraducible.
La
hay en tus ojos
que
apenas
perciben
los míos.
Más
allá de tu cuerpo,
hay
un trágico aroma
que
persiste y persiste
en
rodearte con su manto.
Esa
luz opaca
dejará
más tristeza
en
todas las cosas.
En
tu iris, sobre todo,
y
por lo tanto,
en
el amplio hueco
de
tu pecho
que
una vez alumbrado
se
aprestará para albergar
la
voz amarga
propia
de
las cosas tristes.
A mi hermano Michel, el oráculo
Entre
el vapor y la memoria
me
dijiste que no olvidara
cuando
me bañaba en los pasillos
de
aquella casa amarilla bajo el zapote,
donde
había un jabón rosado
con
su cuadratura fugaz,
después
de jugar con el barro
en
el riachuelo de la calle.
Que
sería poeta
y
que mis versos serían aguijones.
Que
debía sumergirme
en
la ebullición de las aguas
y
los manantiales para sanarme.
Que
mi color sería el rojo
como
el vanadio latiente y el ocaso.
Que
al sustraerme de la realidad
estarías
allí para traerme.
Que
no regalara mis estrofas
ni
arrojara perlas al lodazal de los otros.
Que
alguien más vendría tras de mí
para
reemplazar los horizontes.