lunes, 20 de octubre de 2014

La Folia


La música es prueba de una vitalidad superior,

de una llamarada que va más allá de los sentidos.

La vibración de cada objeto inerte,

incluso,

esa cuerda apenas legible en el abismo.

Cuerda que vibra las partículas

de un vals impredecible,

partículas que vibran hasta desfallecer

y dar a luz

a los nuevos seres envinados de alegría.

 

No me extraña que Vivaldi,

veneciano prodigioso,

fuera un portal hacia parajes aprensibles.

Que sus cabellos rojos

hayan sido la evidencia de un fuego portentoso

sin dejar de ser un hombre santo.

 

La Folia,

título de una obra barroca

que fuera reinterpretada por variados dedos,

enloquecidos por esas notas plagadas

de una juventud sempiterna

hasta desgastar su precaria lija dactilar

y así penetrar en lo armónico.

 

Y ¿qué es la música?

sino el artificio de la mansa voz del universo.

Y ¿qué es la música?

sino la belleza intangible de lo vivo.

¿Qué es la música?

La poesía incrustada en cada uno de nosotros,

por eso danzamos, por eso cantamos

embriagados de un licor ultraterreno.

Una canción de cuna

para aliviar nuestros suplicios.

 

Música inagotable para regocijar

el oído enamorado del amante

y deleitar con deliciosos estertores

a las fieras desgarrándose entre sí,

con las tripas ardientes de la viola,

del cello y la lujuria del violín.

 

Del italiano Folia, que significa locura.

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