miércoles, 17 de septiembre de 2014

A una flor




Un día

aquella flor de amielado néctar

me preguntó si existía el amor.

A pesar de tantos libros y valijas

por países antiquísimos,

debí callarme.

Si decía que no existe,

esta delicada flor podría secarse

Si decía que existe,

estaría obligado a comprobarlo,

y aunque, colmado de versos

lo tratara de explicar,

mis palabras serían

meras bellotas huecas.

 

Muy en el fondo tengo la respuesta

y no sé cómo sacarla de las sombras.

Sé qué es el amor, pero este saber

no es conocimiento transferible.

Es una intuición supraterrena.

 

Lo sé por las mañanas colmadas de rocío.

Lo sé porque he visto unos cisnes en pareja.

Lo sé por la roja espuma del ocaso en el océano.

Lo sé por la sonrisa primigenia de los hombres.

 

Más allá de las entrelazadas manos,

yo conozco la respuesta.

Y de pronto, reafirmo mis saberes

en un ars amatoria para las cosas simples.

 

Recapacito, y a pesar de la esplendorosa luna

danzando dentro de mis ojos,

y a pesar del amanecer ahogado

de un ensueño indescriptible,

nada puede intuir lo definido.

 

Todos esos cuerpecitos

que el amor ha utilizado para presenciarse

no bastan.

El beso por más duradero que sea,

apenas es atisbo del caudal de los sentires.

 

El corazón hundido en su idolatría

jamás conocerá el amor.

Los corazones fustigados por el miedo

tampoco lo sabrán.

La carne es apenas un soplo

de su manifestación concreta.

En una mente dividida

no hay posibilidad de que aparezca.

 

Amar significa

ser uno con el todo.

Es por eso,

que el amor es

el mayor de los enigmas.

 



                 *           *          *

2 comentarios:

  1. A parte de un acento que falta, no se puede objetar nada más.

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  2. Agradezco el comentario oportuno... con sinceridad y aprecio. Saludos.

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