Se deslava tu boca.
Retienes celosa tu única
joya,
tu última posesión de
quietud depurada.
El manso oleaje de tu
imperceptible voz
deja una espuma suave que
enmudece.
Hay una música que me
confiesa
el secreto que guardan
tus piadosos labios.
Me he ungido su hollín.
Empieza a seducirme tu
silencio,
¡oh, fémina estatua de
mármol!
La memoria ya no engancha
sus dedos
al alba de tu encallado pelo.
Nos desmoronamos lento,
perecemos.
El olvido cicatriza con
paciencia
cada herida abierta.
Allá arriba, en el desierto,
sobre la arena se desangran
mis voces,
están muriendo,
y acá abajo,
en el océano,
sigo solo arrodillado.
* * *
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