Será
de noche o día
cuando
la naturaleza
ejecute
su justa venganza.
Y
será implacable,
lanzándonos
hojas secas,
precipitando
en nuestra cara
una
brisa de metano.
No
descenderá el consuelo
sino
el monstruoso
soberano
de Gila
con
sus líquidos rencores,
bañados
todos
de
acumulada rabia.
La
naturaleza harta ya
de
la infamia y la mutilación,
escupirá
a sus hijos,
a
esos que alguna vez
le
dedicaron el altar más venerable,
y
que al final,
dejaron
de llevarle flores
abandonando
los cultivos,
la
inocente ofrenda
y
la perfección de lo hermoso.
¡Cuánta
magia oscura
brotará
de sus cráteres!
De
sus filosas cordilleras
ordenadas
todas
como
espinazo y como astilla
se
escurrirán los magmas
para
fundir urbanidades.
Sus
silencios,
más
ennegrecidos últimamente,
resguardarán
a la tormenta.
No
hace falta predicción.
El
estertor en las cavernas
se
convertirá en cataclismo
que
ensangrentadas lunas
vaticinaron
mes con mes.
Bajo
el caparazón de una tortuga,
asfixiada
de polímeros,
se
inflamará la desdicha.
Alguien
pondrá
ese
hueco en sus oídos
para
escuchar en vez del mar
la
nada.
Un
cetáceo a solas cantará
las
canciones más amargas
que
introducirán tsunamis
tierra
adentro.
Velorios
submarinos
de
la suciedad
que
llevamos manifiesta,
verdugos
diminutos,
casi
virus, casi viento,
nos
atravesarán por la sangre.
Se
endurecerá la piel
de
aquel árbol sempiterno,
mutilado,
que
jamás alzó la voz
por
mera compasión hacia nosotros.
El
bosque entero
se
secará de pronto
para
ya no dar refugio ni alimento,
para
ya resquebrajarnos.
Se
secará como los mares
pudriendo
el trigo bajo el lodo,
pues
tanta tristeza
tanto
derrumbe provocado
no
volverá a ser colmado
por
el sol ni las estrellas.
Santa
María Regla,
Huasca
2021.
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