A Irma Campero, in memoriam
Amiga,
al invocar la poesía
tu corazón timbraba suave,
logrando asomarse
a la altura de tus labios.
La voluntad centrifuga del haz,
apenas visible,
goteaba de tu iris con secreta nostalgia
y dolores que jamás abrieron la compuerta
de la confesión.
Sólo alegría para la vida
y amistad para las amistades,
sólo frutos nos dejabas ver en tu sonrisa,
sin morder el nudo tieso de la seda
trabada bajo la lengua.
El filo sobrehumano de tu voz
que se distanciaba del metal,
a pesar de haber recorrido medio siglo
apoyada con duros cetros
y sobre ese par de aros relucientes
de perfecta hechura,
trasladaba no sólo tu cuerpo
adormilado desde niña
sino además infatigables rezos.
Como si fuera un timbal tu verso hiriente,
saliendo de su pregonar andante,
sin perder el mínimo gramaje de tu fe
por llegar a ser una tierna madre.
Aprendí el orden correcto,
la vuelta a la circunferencia fría del
aluminio,
el revoloteo de un sillar girante
para ir a los recitales pueblerinos.
El altavoz natural de tu boca paralizaba al
auditorio.
Amiga,
¿cuántos de tus versos dedicaste a la
orfandad
que al borde de la inanición
deambula por las calles de Pachuca?
¿cuántos de tus versos dedicaste a los
niños
que abrazabas con el viento de tus ojos?
El poeta es una orquídea,
que ha crecido para contrastar con su
belleza
y reflejar entre sus pétalos algunas
espigas solares
en medio de un campo monótono de trigo.
Y ahora, que debemos cultivar otro tipo de
amistad,
mucho más duradera,
amistad que tiene la hoja de otoño
con la araña para cubrirla de la lluvia.
Esa araña ha albergado una mariposa azul
para la velada de la noche siguiente.
Flor ligera a la que no le cortaron
sus voluptuosas alas.
Nuestra amistad navega en un oleaje estelar
mirando a los de abajo,
a tanto párpado cerrado
y a un harapiento tragafuegos
que creció sin madre
pero que de único padre ha tenido al fuego
que aventura su llama a lo celeste.
Esa solemnidad yo la retribuyó
a los pájaros cantantes.
Esa soledad poco comprendida, pero hermosa.
Savia que no se coagula,
borbotón eléctrico que aluza la oscuridad
en reposo profundo.
Que azula el vacío constante
que deja el rastro de mis venas.
Corre por los cauces de la hiedra,
sangre imaginaria siguiendo las filigranas
de minerales en cada basalto erguido.
El hábito tirano de la nominación evoca,
es animismo y anima sin cuartel las cosas
ausentes,
como niños platicando con juguetes,
donde el ojo humano se adhiere a lo
invisible.
Un rostro similar al tuyo veo en los
pasadizos,
¿acaso es poeta esa otra mujer,
o el poeta es el viento que ejerce sus
delirios?
Hace mucho que una luz se acurruca a mi
costado.
Y aunque llegue la noche, esa luz palpita
sosegada, angulosa.
Amiga,
yo acuso, yo señalo, yo aborrezco
a toda noche que se propaga sin señal
alguna
de límpida amistad.
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