Me esperó solemne
a que regresara del infierno
donde la gran ciudad colapsa.
Estaba extendido,
exhausto de esta vida
pero tenía aún las fuerzas
para ronronearme tiernamente.
Esperó a que la muerte
dejara de tentarme tan discreta
y él se le ofreció en sacrificio
para obsequiarme
unas bocanadas más
a este portador del fuego.
Me dejó
devolviéndome todas las caricias
que le profesé por las mañanas,
y todas esas palabritas dulces
que inventé para su oído.
Me dejó
para que yo atestiguara
de una forma seca pero hermosa
que todo se marchita
para abrirle paso a los inviernos.