Hemos anidado en ti
los cartógrafos aullantes
los que en destierro y en espasmos
danzamos con cangrejos
bajo gélidas estrellas.
Eres,
nuestra evocatriz de mármol
en quien buscamos la palabra antigua
como sedientos del consuelo.
Tus largos plumajes
de caliza a sotavento
caen sobre tus pétreos muslos
donde sostienes
a este aprendiz de lo imposible.
Todos te desean,
algunos como ramera de cine,
mientras otros
te queremos como musa.
París,
¿cuántos langskip vikingos?,
¿cuántas hachas sajonas y fusiles alemanes
habrán codiciado tu elegante salvajismo?
Venus de vidriosas aguas,
mi cisne enfermo de nostalgias,
corazón de todas las Galias
al norte de la Francia.
Islote navegante a solas,
mi lírida en topacios
de ambarino ensueño caminante.
Île-de-France,
las filosas lenguas de la pica
y las falanges bayonetas
intentaron devorar tu entraña monolita.
Saturada de fulgores
y de abriles cristalinos,
te deslizas en espejos de cian.
Con minucia y a detalle
redundantes cíclopes
te dedicaron fortalezas.
Te crecieron las espigas del futuro
entre hierros tubulares,
entre puentes
y silbantes nervaduras
izadas con glamour hacia los cielos.
Île-de-France,
en tus brazos espirales,
con turquesas en el Sena
nos inclinamos a beber
los desdichados
perdidos en vislumbres.
Por esos caminos
de leyendas empedradas,
en tus callejones de raudos amoríos
desperdigamos nuestra labia.
Los verdugos timbraron el cadalso
con ecos de otrora pálidos reyes
en Les Tuileries,
en La Concorde y en Versalles.
Cortaron la cadena de los reos en la Bastille.
Afilaron guillotinas seculares
entonando álgidas revueltas.
De ti, mujer etérea,
brota el canto de un pájaro nocturno
cuando marcha hacia la muerte.
Te mana un añejo aroma
de extravíos indescifrables.
En tu sacro corazón,
en tus torres y tu nombre,
los poetas encuentran sus hogueras
junto a adormecidas flores en relieve
y copiosos himnos agrietados.
Odas del pasado
que revives presurosa
cuando tejes porvenires.
Con delicia y con paciencia
maceraste lo inmortal
pintado en irrompible porcelana.
Île-de-France, París,
te recuerdo como se recuerda
a la amante en el exilio,
con la vid entre los dientes,
y un destello en la botella;
con la virilidad
de mi pluma englobulada.
Te recuerdo,
con mis labios temblorosos
manchados de boreales ilusiones,
arrastrando mis cansados pies
desde el alba hasta el ocaso
en cada una de tus calles.
Explorando tus pequeñas aberturas
piedra bajo piedra
de palacios y murallas.
Te he palpado alegremente…
Los fuegos del invierno
inmersos en mi carne
aún persisten,
recordando la hermandad
de la ceniza con la nieve.
París,
me confiabas un secreto
por cada amanecer.
Atento te escuchaba y comprendías
mi mensaje ensimismado
al enviarme un gorrión entre listones,
como un pequeño niño ojialegre
hace mucho ya sin padres
a posarse junto a mis pies.
Me cobijaste tiernamente
con cada gramo de silencio adormecido.
Tus caricias las conservo,
tus maneras cortesanas
al tomarme de la mano
con la hoja siempreviva en tus jardines,
habitados por estatuas
y minúsculas criaturas.
Al subir tus catedrales
uno es viento, lluvia y hojarasca.
Es balastro incandescente
en las veredas de un altar arbóreo
del Buttes-Chaumont.
En Belleville conocí la dulzura de tu otoño
y tus mausoleos,
tus mercados multiaromas
de lácteos y cerezas.
Desde una buhardilla yo te contemplaba
con el gris de mis horas pasajeras
hasta ser acariciado por las moscas
en total arrobamiento.
Las aves eran flores con alas,
jugueteando en los hombros
de tenaces libertarios.
En sus mentes,
un enloquecido colibrí
zumbaba con mesura,
en cada libro abierto
de filósofo e ilustrado
conservados en humosas bibliotecas.
A mí
me bautizó la nada en Saint Merri
una noche de versículos y enigmas,
con sus vientos guturales,
remojando mis oídos
en sonatas agridulces.
En suntuosos rosetones
las alabanzas recobraron su color.
Los vitrales medievales
me tatuaron las pupilas
de siervos, reinas y bufones.
Antes de que el polvo nos sepulte,
querida París,
y ya colmados por tanta noche,
dime sin titubeos,
¿a quién le debo esta eternidad
que surca por mi pecho?
Traducido al francés por Michel Cand
y publicado en Le Manoir des Poetes