miércoles, 14 de marzo de 2018

SILENTE ASTRO DE CIENCIA (Poema dedicado a Stephen Hawking)

SILENTE ASTRO DE CIENCIA

           Dedicado a Stephen Hawking



Al gran explorador del universo,
que la inmovilidad fue acorralando de a poco, como quien aplasta con el dedo al lento caracol para no dejarlo avanzar sobre la piedra y la esmeralda.
A quien el fatal quietismo propio de los muertos no amedrentó. Al que no pudo incar la depresión por su impoder de llevar el bocado con su propio brazo hasta los labios entumecidos de materia. Nadie, ni la vileza de la anunciada muerte pudo destruir esa curiosidad del niño que se pregunta de dónde venimos y hacia dónde vamos.
Al aventurado hombre de ciencia, quien no se derrotó por adherirse a un destino burlesco, a una simple silla con altavoz electrizante, mecanismo que ha propagado la era de la máquina, infame copia entrecableada de los vivos. Robot significa esclavo en checo, pero también amigo cuando el amigo no puede atender debidamente a quien admira. Esa voz fragmentada de palabras mecánicas, lúcidos insectos garabateados en la pantalla, habrán de hacer un eco perpetuo de tus pensamientos.
El par de bondadosas ruecas te trasladaban con todo tu genio, con toda tu matemática de astros primitivos, recubriendo tu nariz de polvo estelar por tanto recorrer los mundos.
Se paralizó el doliente músculo pero jamás tu sonrisa ni la luz impresa en tu iris símil del abismo. ¡Sí, la luz danzaba con atavíos impecables en el lindero de ese remolino negro en el centro de tus ojos! A decir del tiempo, lo doblabas como una hoja de papel junto a elaborados simbolismos.
Tu perfecta matemática es poesía, pero la exactitud de mis abandonos es poético. Visitaste otras galaxias aún desconocidas que yo he colonizado con mis versos. Indagaste los misterios, el otro lado de la realidad. Atravesaste a lomo de ecuaciones las frías gargantas ennegrecidas de los gusanos para encontrar que otra realidad se ha tejido en el más allá de lo palpable. Al asomarte en esa ventana oscura, con cortinas nebulosas, otro científico de rostro familiar te miraba con el mismo asombro. El uno al otro se preguntaban por el paralelismo de los sueños.
Naciste libre y libre te retiras con los designios astrológicos bien fundamentados. Naciste trescientos años después de fallecido Galileo, y has muerto el mismo día en que nació aquel alemán que jugaba a las cartas y los dados con el gran diseñador ausente.
Al sagaz hombre sin dios, que jamás necesitó de su consuelo para alabar las maravillas del universo. Que jamás le rindió plegaria alguna para demostrar el milagro de cada diminuta astilla de materia suspendida entre la nada... Al valeroso hombre de ciencia que educó al ahora poeta que le escribe. Al que me acompañó en esas alucinaciones de viajero errante por Ganimedes y Fobos cuando yo era adolescente solitario y bailaba en los discos de Saturno.
A mis quince años leí tu breve historia del tiempo, tus desafiantes postulados de una alquimia más preciosa que la alquimia. Me ungiste de valerosa ciencia y fijaste el sólido dintel sobre mis dos columnas, la una de razón y la otra de hueso quebradizo. En cada vértebra mía, una pregunta de ciencia se escondía para trepar lentamente hasta el capitel de la evidencia. Mi ciencia consistía en una encolerizada poética fugaz que imitaba los cometas.
Ahora todos te celebran, los temerosos feligreses y lo no creyentes a la par. La humildad del científico consiste en admitir nuestra nadería de humanos, nuestra insignificancia frente a las estrellas, pero una insignificancia hermosa según nos enseñaste.
Oh, pequeño inglés, permite que este poeta lleve tus cenizas a la orilla del universo, y con los pies desnudos las esparza en el silencio.

                                                                     -Hans Giébe