lunes, 11 de julio de 2016

Mozart: Un réquiem para el mundo entero

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Vozabisal
                   por Hans Giébe

Un réquiem para el mundo entero
    

       Bajo la bruma de la noche, la figura de un hombre vestido de negro se aproxima al compositor más extraordinario jamás, al milagro de la música hecho carne prodigiosa: Mozart. Ese misterioso hombre no se identifica y le pide, bajo encargo y entregándole un generoso anticipo, que le  haga un Réquiem, una melodía para despedirse de los vivos cuando al fin uno debiera marcharse hacia la nada.
        Al parecer, cierta sugestión que le infundió aquél extraño respecto a la idea de la propia muerte, y el carácter obsesivo de Mozart, y a partir de un recuerdo añejo del deceso de su padre, hizo que esa composición fuera un acto de despedida personalísimo, un adiós digno de un asombroso talento como el suyo. Según el testimonio de Sophie, la hermana menor que lo cuidó en su agonía, entre los últimos suspiros del genio y el milagro conocido como Mozart, se apreciaba algo así «como si hubiera querido, con la boca, imitar los timbales de su Réquiem».
     El Réquiem fue una petición en incógnito a través de un mensajero del conde Franz von Walsegg, quien era un principiante en música y quería despedir con honores a su recién fallecida esposa. En sus intenciones de plagio pretendía hacer pasar una obra de Mozart como de su creatividad y autoría. No muchos mediocres han intentado el plagio, el falso talento y el timo público en varias de las artes. Pero siempre la verdad lava y descubre la máscara para probar la autenticad de los nombres y los autores. Mozart exploró y explotó todo género musical de su época y se han datado más de seiscientas composiciones de su autoría, verdaderas obras maestras para piano, óperas y coros.       
        Nosotros lo conocemos como Mozart, pero su nombre completo era Joannes Chrysostomus Wolfgangus Theophilus Mozarta, quien nació en Salzburgo el 27 de enero de 1756 y murió en Viena el 5 de diciembre de 1791, justo cuando estaba trabajando el Réquiem que habría dejado inconcluso. Nótese que en el nombre original de Mozart no existe ningún “Amadeus”, sin embargo, el prodigio de Salzburgo gustaba de firmar sus composiciones como Wolfgang Amadè Mozart.
        Se dice que cuando Mozart apenas tenía cuatro años ya tocaba el clavicordio y componía pequeñas obras de cierta dificultad. Una vez cumplidos los seis, tocaba con destreza el clavecín y el violín. Quienes lo conocieron testificaron que podía leer música a primera vista y que poseía una memoria poderosa y una formidable capacidad de improvisación. Tocaba, si lo pedían, con los ojos vendados el instrumento llamado clavecín. Es evidente que no era un niño ordinario, y que podríamos decir que no era un ser humano estándar. Leopold, su padre, fue su primer maestro y decidió exhibir los dones musicales de su hijo ante las principales cortes de Europa. Según los primeros biógrafos de Wolfgang, su padre «quiso compartir con el mundo el milagroso talento de su hijo...».
    Al igual que el padre de Picasso, pero mucho tiempo atrás, Leopold, padre de Mozart, se retiró de la composición cuando el excepcional talento de su hijo se manifestó en este mundo para desplazar a todo mortal que se jactase como músico. El genio culminaría toda una vida de dones y prodigios con su inigualable Réquiem. Al morir el compositor el 5 de diciembre de 1791 dejó el Réquiem inconcluso. Su mujer,  Constanze Weber, por voluntad expresa de Mozart, buscó a Franz Xaver Süssmayr, discípulo de Mozart y una de las escasas personas que lo acompañaron en su funeral, para que concluyera el Réquiem. Algunos dicen y arguyen que Süssmayr fue sobornado por Constanze para callar sobre su labor al completar el Réquiem, debido a que la obra de manera póstuma fue presentada como una composición completa y original de Mozart. El caso es que el prodigio de Salzburgo trajo a este plano de la existencia las notas principales, debiendo el alumno completarla con los detalles faltantes. Actualmente se sabe que Mozart compuso el Introito y el Kyrie. La Sequentia fue en gran parte compuesta por Mozart, aunque la finalizó Süssmayr. El Ofertorio, también comenzado por Mozart y fue completado por su alumno.
      De todas las piezas maestras de Mozart, la que se me presenta como la magnífica e irrepetible, la mejor que ha creado un compositor que se digne de ser músico, es el Réquiem. Porque contiene destino, bilis y fatalidad; porque el autor está completamente involucrado con su obra y se fusionan plenamente en uno solo. Porque hay una fuerza de vida y de muerte incontenible en ese Réquiem que no espera por nadie y marcha por sí solo sin poder detenerse en un punto fijo. Las grandes piezas musicales pretenden deliberadamente el roce con la eternidad y pretenden un arrobo con lo inmutable…

     Joseph Haydn estaba equivocado cuando dijo que «la posteridad no vería tal talento otra vez en cien años»… me parece que tardaremos mucho más en volver a presenciar otro milagro hecho carne en una de las más elevadas artes exploradas por la humanidad: la sempiterna música.