martes, 11 de agosto de 2015

Entre el alfabeto y el silencio


Silueta de Hans Giébe en la portada 
de Evocación al Silencio (Paris, 2012).


   Escribir mi Evocación fue como tensar un arco entre el alfabeto y el silencio. Fue en Paris, por el mes de octubre del 2012 cuando empezó a llenarse de versos el desmesurado desierto de 70 páginas que construirían este poema de largo aliento. Uno solo, sin puntos, ni comas. Lo capturé en mis caminatas diarias por el Sena, Montmartre y Notre Dame.
     Día y noche las palabras latían de furor, y así, en un lapso de tres semanas, sentí haber concluido esta Evocación al Silencio. Una imagen cierra el libro y es mi propia silueta, oscura sombra sobre una portada ambarina. La extraje de una fotografía que me tomé en la base de la impresionante torre gótica de Saint Jacques de la Boucherie, justo a unos metros donde se ahorcó uno de los más grandes de la tradición literaria de Francia, el Príncipe de Aquitania (Gérard de Nerval 1808-†1855) a quien le dedico mi Evocación.
      Fue aquella fría mañana de noviembre. Yo había deambulado en el Père-Lachaise apenas iniciado el Día de Muertos cuando estuve con Nerval, Balzac y Oscar Wilde, lejos de casa, pero cerca de los inmortales, una destellante flor de cempaxúchitl sobre la loseta rústica de concreto vil en la tumba de Amadeo Modigliani me recordaba mis orígenes y mis propósitos. También me cuestionaba si una burda losa de hormigón con un epigrama memorable era el digno final para un bohemio de la categoría del pintor de Livorno. Yo revivía los antiguos rituales del verbo y la bohemia. En francés bohémien era la palabra que designaba a los gitanos porque se creía que venían de Bohemia, hoy República Checa.
      El recorrido lo hice prácticamente a solas, y lo disfruté infinitamente, pues iba encontrando a mi paso a quienes han edificado gran parte de la historia de Occidente, algunos de mis pintores favoritos como Jacques-Louis David, escritores y poetas como Marcel Proust y Apollinaire, e incluso al icono de la canción francesa, Édith Piaf. No hay camposanto sobre la tierra que tenga tantas figuras prominentes como el Père-Lachaise, en Paris.
      Evocación al Silencio fue el momento exacto en que debí expulsar lo que se había acumulado durante toda una vida, mi versión del mundo y mi versión de los instintos a flor de tacto. No pude decirlo previamente, pues fui demasiadas máscaras y demasiados nombres. Sin embargo, el impulso de “decir” algo siempre estuvo allí incrustado. Fue la Ville Lumière la que me proporcionó la atmósfera y el estado emocional adecuado para expulsar letra por letra. Evocación al Silencio lo escribí en París. Sin embargo, no habla de Paris. Aborda algo mucho más universal y eterno, explora los abismos de la soledad, nuestra frágil sustancia y la muerte.
     Yo contuve las formas verbales de Evocación al Silencio hasta el punto de quiebre; las repasaba todas y cada una diariamente. Es cierto que muchos versos vivían en estado de latencia, pero al salir contenían un magma con una brasa extraña calcinándome. Hasta que logré un momento de tregua, ordenándolos de principio a fin, exactamente como querían venir al mundo. Incluso la portada es parte del significado total del poema. Y pude emanciparme de la obra abstracta para dejarla ardiendo en las páginas de un libro. Yo escribo para olvidar. Ciertamente, escribo para aliviar la carga de mis actos.
     Acumulaba mis versos como la hormiga lleva diariamente una migaja de pan a su casa. Les daba su justo lugar y posición sobre la superficie de la hoja y la pantalla. Por las noches repasaba las palabras del alfa hasta el omega en mi smarphone de teclado qwerty, con sus diminutas teclas pero idénticas a mi antigua máquina Royal de 1920. Frecuentaba las bibliotecas, en especial la Marguerite Audoux de la estrecha rue Portefoin, adonde depositaba mi tributo cotidiano. Utilicé mi cuenta de email para hacer un respaldo de lo escrito antes de perderlo como otros trabajos.         
      El privilegio de la palabra, el dominio del verbo, lo adquirí justo en el lugar y en el instante precisos, ni antes ni después. Como seres humanos todos tenemos el impulso por intentar definir lo que somos, es por ello que nos conectamos con la obra de arte, pues alguien más ha dicho lo que no hemos podido decir y, no obstante, está allí, en el huevo oscuro de nuestra internidad.  
     Quise revertir los órdenes, ver el libro que siempre quise leer y que jamás hallé entre mis manos. Ahora lo ofrezco, siendo la ausencia lo que resalta en mi Evocación. Le falta un acento, le falta una letra... el espacio de la hoja predomina, pero es un espacio reservado a su principal protagonista que es, sin lugar a dudas, el silencio.

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