jueves, 25 de junio de 2015

AJEDREZ, estratagemas de la guerra

AJEDREZ
Estratagemas de la guerra


     
       Definitivamente no puede ser un simple juego el ajedrez cuando guarda en sus principios la dialéctica y la lógica, la equidad y el equilibrio, las terribles consecuencias de una decisión debilitada o una decisión precisa. La pureza de la geometría. En el ajedrez coexiste la exactitud y la infinitud, pero sobre todo, el temple de la guerra. El ajedrez ni es juego ni es ciencia, para ser precisos, es la manifestación palpable y dicromática del arriba y del abajo, un abalorio cuadriculado que evoca a la noche y al día, a la vida del vencedor y la muerte del vencido.
     El ajedrez se vincula con todas las leyes herméticas posibles cuando confronta  a los diminutos ejércitos de dos naciones sintetizadas en hileras de ocho combatientes, que incluye un orden social, un rôle el cual no se puede transgredir a menos de que un vasallo que alcance las fronteras del enemigo pueda ser coronado con honores para salvaguardar a los suyos. Unos nacieron peones, otros caballeros y obispos, muy pocos heredaron un pequeño reino de 64 escaques, un territorio que defenderán hasta el final. La guerra es la quintaesencia del llamado juego del ajedrez. El estudio de las estrategias se ha prolongado por más de quinientos años y, por lo menos, mil años deberíamos agregar hasta el momento de su invención o el descubrimiento de sus leyes.
      Las probabilidades de su origen se remontan a las regiones de la India durante el Imperio Gupta hacia el siglo VI de nuestra era. Tenía el nombre de Chaturanga que se refería, evidentemente, a un ejército con sus carros, elefantes, caballería e infantería. Hay quienes proponen la tesis de un origen griego, llevada por Alejandro Magno hasta Asia tres siglos antes de Cristo.
      Hay al menos tres leyendas que explican su invención. El libro Shāh-nāmeh cuenta la historia del brahmán Sessa Ibn Daher, quien creó el juego a petición de un rajá indio y, como recompensa, le pidió un grano de trigo por el primer escaque del tablero, duplicando progresivamente la cantidad por cada nuevo escaque. En la otrora región de Persia se encontraron las piezas arqueológicas más antiguas del ajedrez, localizadas cerca de la ciudad de Samarcanda, en el actual Uzbekistán. Las denominadas piezas de Afrasiab son siete en número (1 Rey, 1 Torre, 1 Visir, 2 Caballos y 2 Peones), con un tamaño medio de 3 cm, y fueron fechadas en el siglo VII.
      En Persia, el antiquísimo nombre del juego Chaturanga pasó a llamarse Chatrang, donde también se introdujo la expresión Shah, actual “jaque”, usado para adevertir una amenaza al rey del adversario. Shāh-mat (jaque mate) significa que el rey ha sido emboscado, capturado o muerto, y así se indica el final de una partida.
     La guerra entre culturas incluía una guerra sobre el tablero. El Shatranj (ajedrez) fue introducido en Europa por los árabes alrededor del siglo X, a través de la conquista de España. Se esparció por el continente europeo a finales del siglo XI. El poema Versus de Scachis, encontrado en un monasterio en Suiza hace la primera mención de la Dama (Regina, en latín). Cabe mencionar que no siempre fue bien visto el tablero de las 64 casillas, pues hasta aproximadamente el siglo XIV, la práctica del ajedrez fue prohibida en países como Francia, Rusia, Inglaterra y Alemania, y por diferentes religiones como la Iglesia ortodoxa, el islam, el judaísmo y el catolicismo.
     Ya en el siglo XV el ajedrez tuvo su propio renacimiento en el sur de Europa, volviendo obsoleto todo el conocimiento adquirido previamente sobre la teoría de aperturas y finales, debido a la gran movilidad de las piezas nuevas. Surgieron entonces los primeros análisis y libros contemplando nuevas reglas, el de Luis Ramírez de Lucena en Repetición de amores y arte de ajedrez (1497), Damiano en Questo Libro e da Imparare Giocare a Scachi (1512) y Ruy López de Segura en Libro de la invención liberal y arte del juego del axedrez (1561), siendo este último el jugador más fuerte de la época y el primero en formalizar las reglas del enroque en un solo movimiento y la captura al paso. En la época moderna, en 1749, Philidor publicó su libro L'analizar des échecs con el que inicia el análisis metódico de las partidas de ajedrez.
     Algunas escuelas de ajedrez como la soviética, cuyos líderes políticos incentivaban la enseñanza del ajedrez a las masas, tuvieron el propósito de entrenar la mente y prepararla para la guerra en tiempos de paz. Todo dio un giro cuando en 1997 el superordenador Deep Blue derrotó a Kasparov, campeón del mundo. Ahora la guerra no sólo es entre humanos, sino también entre la mente humana versus las máquinas.

     Baste la interesante historia de esta estratagema binatural del ajedrez para dar prueba del origen bélico de este hermoso “juego”. Sus artilugios de guerra seguirán vigentes por centurias.

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lunes, 8 de junio de 2015

Kabir

Saint Kabir
Ensayando la iluminación



      Benarés, la ciudad de los templos, es una de las siete capitales sagradas en la India para hinduistas y budistas. Fue fundada hace cuatro mil años por Shivá en la era de Kali (3100 a. C.). Tengo la vaga idea de que algún día pueda llegar a sumergirme en un ghat (balneario) del Ganges y probar la ingravidez bajo sus aguas que se tiran con pesadumbre a la orilla de las escalinatas de los antiguos edificios de Benarés, y no por creer en la metempsicosis o el karma, o incluso en la purificación, sino porque allí nacieron algunos de los grandes guías, entre ellos Kabir, poeta, tejedor y santo de la India del siglo XV que pudo ver en sí mismo lo animado y lo inanimado, y sólo en ese estado lograr una paz que no sabe de odios ni temores.
       A pesar de que los ríos tengan esas cualidades de transformación de la conciencia, yo soy un devoto del mar, y, en especial, del Mar del Norte. Pero reconozco el potencial de los escritos sagrados forjados en la India. Dice el Ishavasya Upanishad Aquél que ve en sí mismo el mundo entero de objetos animados e inanimados y el que también se ve a sí mismo en todos los objetos animados e inanimados, no odia a nadie.” ¿Cómo abordar una doctrina oriental que propone todo aquello que occidente demerita? ¿Cómo entender el gusto y el deleite que los sabios orientales tienen por el vacío? A nosotros, en esta parte del planeta, nos infunde terror el pensar en la vacuidad absoluta como el fundamento de una doctrina de la existencia. Ser en y para lo animado e inanimado es evitar el odio y coquetear con las ausencias.
     “La luna brilla en mi interior; pero mis ojos ciegos no pueden verla.” Fue esta constante búsqueda de Kabir hacia el adentro, la mirada insospechada que es arrojada a la profundidad del yo, el anhelo de encontrarse en todas las cosas y en ninguna, que lo llevó a mirar más allá. Bien es conocida esta transmutación de la mente en todos aquellos que han sido tocados por una realización, la epifanía, el nirvana o un satori. El poeta accede a través de la inspiración a esos estados superiores de conciencia.
       Los poemas de Kabir derraman sabiduría y son una aproximación a los significados más evasivos a través de sus formulaciones versificadas. Leer a Kabir implica encontrar una linterna en medio de la oscuridad.La luna está en mí, lo mismo que el sol. Sin que lo toquen, el tambor de la eternidad resuena en mi interior; pero mis oídos sordos no pueden oírlo. Así, en tanto que el hombre reclame el Yo y lo Mío, sus obras serán como cero.”  A pesar de que el santo Kabir fue creciendo con la influencia de tres variantes religiosas de la zona, como el brahmanismo, el islam y las prácticas sufís, la actitud que adoptó fue la de un libertario, y, hasta podríamos afirmar, la de un experto de la sátira en contra de reyes, gurúes y fanáticos. Decía que si bañarse en el Ganges diera la iluminación, entonces todos los peces nacerían iluminados.
      En uno de sus cien poemas, el número 55, Kabir recita: “Inmerso para siempre en la felicidad y sin temor alguno en el corazón, el Santo mantiene, en medio de los placeres, la armonía de su vida. La infinita presencia…” Las aseveraciones reflexivas, la meditación obligada, el recurso de una oración aleccionante, son características comunes de las estrofas del santo de Benarés. Es heredero de una de las tradiciones religiosas más antiguas de la humanidad. Si en algo la India se ha vuelto una experta entre las naciones del mundo, es en la práctica de una fe inamovible y de hierro. Pareciera ser que en el subcontinente indio se gestó  para siempre la finalidad última de la fe.
     Kabir fue discípulo del asceta Ramananda Swami. Jamás aprendió a leer o escribir, y, sin embargo, sus cien poemas son pasados de lengua en lengua como una perla de sagrada sustancia en el hablar más ordinario del pueblo. Quizá Kabir no estaba en contacto con los “intelectuales” por dudar de su falsa sapiencia: “La dulzura de vagar sobre el océano de la vida inmortal me ha liberado de todo vano parloteo. Como el árbol está en el grano, todos los males están en la charlatanería.” Sus anotaciones meditativas deslumbran por su aparente simplicidad. “Jamás hallarás el bosque si no conoces el árbol, jamás lo encontrarás si lo buscas en las abstracciones.
     Lo absoluto le fue concedido en vida. Se cuenta una leyenda sorprendente. Al morir se pelearon musulmanes e hinduistas, cual chacales, su cadáver. Cuando abrieron el féretro, estaba vacío y en su lugar había un libro en blanco donde ambos bandos escribieron todas las máximas que pudieron recordar. Cierro mi texto citando el poema número 89 de ese libro: “Aquel que vive corporalmente siempre está sediento, porque el objeto de sus afanes es imperfecto, aunque siempre surgen en él, y cada vez más hondas, estas palabras, donde van fusionados el amor y el sacrificio: "Él es esto; esto es Él".”