Hay una tristeza
en todas las cosas,
una niebla indescifrable
que brama y que jadea,
cierta tesitura astral
que timbra melancólica.
Hay una tristeza
en tus sedientos labios,
un lamento intraducible.
La hay en tus ojos
que apenas
perciben los míos.
Más allá de tu cuerpo,
hay un trágico aroma
que persiste y persiste
en rodearte con su manto.
Esa luz opaca
dejará una tristeza
en todas las cosas.
En tu iris, sobre todo,
y por lo tanto,
en el amplio hueco
de tu pecho
que una vez alumbrado
se aprestará para albergar
la voz amarga
propia
de las cosas tristes.
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