martes, 24 de junio de 2025

LUZ A LA LUZ

          Al gran poeta y amigo, Genaro González Licea


El poeta debe ser la herida,

una herida que hiere y ensalza, 

que ampula y explota 

sin cauterizar el laberinto. 

Una herida que revienta 

a todo aquel 

que no haya estado herido.


A quien le falte una incisión,

que acuda a la navaja del poeta

para punzar allí 

donde el nervio salpica

los impasibles rostros de la bruma.


El poeta envía un telegrama 

a la neurona

para que siga azuzando la sangre. 

Porque, alarido es la herida,

y la garganta un remolino 

donde se aviva. 

Es el cabrilleo de un quásar,

a su suerte abandonado,

para dar a luz 

a la luz.


Alguna vez

el poeta metió su mano a la bolsa 

de un pantalón descolorido

como buscando una moneda, 

pero solo palpó un agujero 

que lo tocó primero 

con su oscura cicatriz  

y algo de pelusa 

de un vacío que se vacía. 

Bebió del cuenco de sus manos 

la tristeza de la infancia,

llenado muchas veces 

por goteras de una casa 

enyerbada entre la milpa.


La lágrima se evaporó

mientras el poeta era un petirrojo 

avasallado por la lluvia,

y su recuerdo,

un mural herido 

agrietándose en el otoño.  


El poeta 

aún se hiere en las madrugadas

consigo mismo,

en la alcoba del ente,

tan gélida

como la soledad de los muertos

y más dura que el basalto

aromado por un grano de café. 


Él escucha para sí y traduce 

el susurro de los grillos,

el rezumbar del mosquitero

que ha atrapado

las variadas notas y los timbres

con la lengua de los sapos.

El poeta ve 

en el blanco de la hoja

la muerte de todos,

y, la muerte del todo,

en la punta de su pluma.  


Jamás le faltó projimidad

ni empatía con los caídos.  

Él, se quitó 

el pan de la boca 

para colocar un verso

en la boca del enfermo.

Jamás le faltó nada,

pues siempre tuvo a la poesía. 

 

Ese poeta 

quiso dejarle una herida a la vida,

y lo logró. 

Recordarle que, 

él fue la herida 

mucho antes de la herida.