Para
Tarmo Pruul, el viajero de Estonia
Puso
un guijarro
entre
muela y muela
para
conocer los límites
de
sus ilusiones,
mientras
las
gotas de un tejado
entonaban
dulcemente
el
andar de los ecos
y
el incierto manjar
de
la mañana.
Sonámbulo
de día,
aquel
hombre
no
conoció siquiera
el
cascabillo de una dicha
en
la burlona mosca
a
la orilla de su plato.
Ni
desconoció
la
oración del solitario
ni
la retráctil garra
de
lo oscuro.
Ese
afable vagabundo
recargó
su frente
en
la pizarra del cielo
justo
en los bordes
de
una nube.
Ese
mismo día,
recordó
el fusil
que
apuntaba hacia la Rusia
para
defender el rincón
que
le tocó defender
en
este mundo.
También
recordó
el
gambito de guerra
al
dejar caer la sucia tiza
cansado
ya de dibujar
las
vastedades.
El
emperador de las sombras,
el
indoblegable viento,
caminaba
bajo
pétreas comisuras,
que
aún resguardan
los
dones y prodigios
de
épocas remotas.
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