Siempre
la
parte más desvencijada
gana.
El
rechinar sin pausa de los dientes,
el
lado más vil de nuestro ego.
La
verdadera naturaleza del hombre
no
es más que un pedazo putrefacto
de
ánima agusanada.
No
me avergüenzo en admitir
que
en general estemos gangrenados
por
la adulación,
sin
una pizca de vergüenza,
con
la plena falsedad en nuestras manos,
que
se abren y se cierran
sin
la menor ofensa.
Escupimos
la mentira
en
la cara de los otros,
la
fertilizamos cuidadosamente.
¿Qué
de bueno hay en ser humano?
¿Qué
de loable ante las demás criaturas?
Hubo
un tiempo
en
que éramos centinelas de lo bello.
A
mera caricatura descompuesta
hemos
llegado,
y
nos decimos modernos,
y
nos inventamos deidades
para
no caer en sinsentidos.
Retirar
las quimeras post-terrenales,
¡Quítenselas!,
para
que vean que siguen siendo
un
implume guajolote.
* * *
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