Todos esperan
ser abrazados por el sol,
diluidos en el vicio constante
de su aura y su consuelo.
Ser imantados
por su mirada fecunda
como la semilla austera
en vísperas de la tormenta.
Incluso los peces
fosilizados en el turquesa
esperan,
esos mismos que aliviaron
mi hambre cuando era niño.
El manantial,
celestial espejo,
en su azul aguarda,
el mismo que sació mi sed
en aquel entonces.
Lejos, muy lejos,
de la humildad de los que enferman
y ven a los otros con misericordia
porque se van adelantando
en el camino,
el hedor de la cordura
envenena la lógica del mundo.
Raras veces
me llega el rumor de estar vivo
cuando el astro radiante
se empotra sobre el oyamel.
Hoy, las nubes conspiran
para sobajarlo.
¡Sol asesino de sombras!
Quien me llegue a conocer,
sabrá que soy un trozo de bosque,
el rumor del agua,
un hongo quieto que tiene sueño
apenas deja de caer la lluvia.
Quien me llegue a conocer
sabrá que quiero atravesarme
con una punta de obsidiana
y que esos infinitos ecos en la cueva,
alaridos de gamuza,
jamás podrá callarlos nadie.
Una bellota rodó
al crepitar las arañas con su marcha
el silencio bajo la hojarasca.
Parvadas de plumas se elevan
esperando que mis versos sean
perfectos hexágonos
fijados al basalto
que atravesarán el ojo del sol
como la astilla atravesó
la lengua de los necios.
Argolla centelleante,
anillo de fuego,
luciérnaga furiosa
en el telar nocturno de la nada.
¡Maldito por la eternidad,
el sol que fermenta las heridas!
¡Mira cómo hacen el amor tus flamas
justo detrás de la preciosa luna!
¡Mira que el eclipse pasa
como el chispazo de un insecto
que ha saltado afuera
de este manto inmaculado.
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