En
el ámbar de la miel descubrí
una
abeja ahogada,
en
los blandos dientes de su néctar.
Yo
era niño.
Comí
un trozo de pan endulzado
y
sin retirar el cadáver cristalino,
me
sacié.
Muertos
y vivos se mezclan
No
hay definición de vida
que
hoy me pueda convencer.
Apenas
y recuerdo el oro
traspasando
mis sentidos,
tumba
de agua dulce
custodiando
aquella infancia.
Retiré
la abeja del sepulcro
imaginando
que de adulto
también
sería ahogado
por
esa miel endulcorada
para
alimentar las larvas.
* * *
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