Tu imagen,
miel solar que me aprisiona,
que atraviesa una cortina
tostada por su luz,
y se detiene,
dejando entrar el aire
por los diminutos poros
de esa habitación ajena.
Desnudez la tuya,
desnudez la mía.
Ambos cuerpos que se niegan
a la tempestad de los años.
Una vez afuera,
se desmorona la tarde,
se desvanece la nube
mientras en el retrovisor
miro tus ojos.
Aún palpita en ellos
toda cosa viva,
todo fuego
agazapado en tus pestañas.
Pasamos
aquellos llanos incendiados
para ver cómo agonizaba
la montaña,
la hoja de maíz, la cebada,
y cada insecto
dormitando bajo el pasto.
Lo nuestro se diluye,
pero tus labios
aún resguardan suaves
su jugo radiante
que supo apaciguar la muerte
y cada hora de tristeza
muy arrinconada
en mi interior.
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