Un amor como solo los locos
lo conocen.
Como la luna sobre el encino
que en la noche lo concibe,
como solamente la poesía
lo entreteje en sus nudillos.
Pues de la poesía soy,
y por la poesía devengo.
Carbón enrojecido que insufla
mis palpitaciones de luz
en un resplandor de silencio.
Su oído en mi pecho
la poesía reposa
e incrusta ávida su enigma
con piramidal arborescencia.
Me concediste la videncia
para percibir entre la niebla
los mumurllos de los bosques,
el esplendor del aire
y la codicia de las aves.
Quizá haya uno o dos videntes
en este muladar llamado mundo
que regresan de vez en cuando
a la casacada virgen
para limpiar su carnosa lente
obnubilada de ilusiones.
Quizá caminen en los claros
sembrando inútiles moneras
para delimitar lo antiguo.
¡Poesía crepuscular,
voz sin voz entre la hierba!
El único amor
que un vidente reconoce,
es el que le ha crecido
como un hongo fluorescente
en el hueco de la nada.