Tláloc colmado de agua,
repleto de sueños
derramó su dulce labia
en el Huatengo.
El croar de las ranas
nos arrullaba
bajo la teja y el adobe
después de la creciente lluvia
que haría surgir también
al ajolote.
Azuleaba el paisaje
desbordado en las orillas
para surcir sus extremos
con jugosos tallos verdes.
Pareciera que la muerte
ya no fuera muerte
ni que la vida
ya no fuera vida
sino una flor
entremezclada,
o una hormiga quizá
que me acompañe en mi partida,
cuando lo que piense
bajo esa montaña que trituran
y el pensamiento de otra piedra
que he lanzado hacia los cielos
sean básicamente lo mismo.
Cercanos ambos a la luna,
abundante siempre,
de enjoyadas imaginerías.
Y no nos resta más que esperar
a ser pulverizados,
o a realmente,
ser perdonados
por los astros.
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