Vozabisal
por Hans Giébe
Poesía versus apatía
Nuestra Primer Antología Poética Hidalguense 2017 va adquiriendo volumen con
los textos enviados por los escritores que están colaborando de buen gusto y
con el ánimo de ver sus obras publicadas próximamente bajo el sello de la
editorial Vozabisal S. A. de C. V. Algunos otros, si se enteraron de esta
convocatoria, no cruzarán el muro de la apatía y seguirán enclaustrados en una
idea muy pobre, aislada y errónea del arte, pensando que su obra es tan
exquisita como para no compartirla con los de su propia tierra.
La naturaleza del arte es selectiva.
Desde que una persona demuestra talento ingénito y una sensibilidad única para
percibir el mundo, ya está separada del resto y es candidata a ser parte de un
grupo que desde el origen de la humanidad se le ha denominado como artistas. La
palabra arte proviene del latín ars y
esta a su vez del griego techne que
es la actividad en la que el hombre recrea, con una finalidad estética, un
aspecto de la realidad o un sentimiento en formas bellas valiéndose de la
materia, la imagen o el sonido. Lo que denominamos obra sobrevive al artista, y
si cumple con los cánones estéticos que una sociedad puede aceptar, le dan
“inmortalidad” a la obra y renombre al artista. De allí que el artista mal
interprete su labor creativa como una labor propagandística y una ambición de
superar la muerte y el olvido a través de la obra.
Confieso que en algún momento yo vivía infantilmente
cegado por el veneno del ensimismamiento y la vanidad, y pensaba que nadie
merecía mis versos, que ninguna publicación valía la pena, así fuera en París,
donde me ofrecieron publicar hace algunos años y no acepté. Es bastante común
que los artistas se sientan como besados por las musas y tocados por los
dioses, la vanidad humana no tiene límites ni distinciones. Quienes pulen su
obra de tal forma que la encierran en galerías, la venden a burgueses, la prostituyen
en los medios de comunicación como si fuera la vanguardia más grande, y como si
fantasearan opacar al mismísimo surrealismo o al estridentismo, viven en una
falacia mental más grande que una película de Hollywood.
Vanitas
vanitatum, omnia vanitas, dice el Eclesiastés del antiguo testamento:
“Vanidad de vanidades, todo es vanidad.” Y con esta ley de leyes deberíamos los
creadores empezar una obra, con dosis de humildad sin esperar nada de nadie, ni
un aplauso, ni una sola ovación, sin ninguna recompensa, pues ese precisamente
es el gran defecto de los que ejercemos las artes, pensamos que cada pincelada
o letra escrita es una garantía de eternidad. Yo ubico mucho mejor a la
eternidad, en el hecho de recibir la inspiración a hervores y a susurros, el
hecho de ser tocado por esa chispa única donde una idea la podemos transformar
en obra y aspirar que diga algo, que tenga contenido, luz y forma, y nada más.
Los aplausos son para los cirqueros; los
aplausos son para las actrices de tv y políticos; los aplausos son para los
atletas y futbolistas, pero no para los artistas de pura estirpe. El auténtico
artista confluye en una relación hombre-obra que en sí es labor constante y
recompensa constante. El hecho de publicar una obra, sea escrita, sea sobre el
lienzo o en un disco, no implica la rendición inmediata del público y sus
alabanzas. La antología poética que estamos cincelando tiene el único objetivo
de dar apertura a muchos escritores que han sido tocados por la poesía y han
levantado la pluma para expresar en versos lo que necesitan expresar primero
para sí mismos, y segundo, para los otros.
El premio Nobel de literatura tiene
varios efectos, y muchas veces negativos más que positivos. Al seleccionar a
sólo una persona por año se desacredita inmediatamente vía competición, vía
intereses propagandísticos, a una selección de autores que la Academia hace
casi deliberadamente para publicitar sus obras. El caso de Bob Dylan, el año
pasado, fue un asunto de mera publicidad, desvirtuando un premio que es de
Literatura y otorgándolo a un artista que por esencia es un músico compositor y
no un poeta. El resultado fue desastroso. Bob Dylan no asistió a la ceremonia
de premiación. Meses después envió un discurso en parte plagiado de la novela
de Herman Melville, Moby Dick. El premio nobel del año 2016 no tuvo culpa
alguna en ser nominado para ese “gran honor”, la culpa la tienen los que no
escriben y les conviene hacer propaganda con sus premios muchas veces con fines
políticos.
La antología que se está elaborando
bajo el sello de Vozabisal, lo único que pretende es dar cabida a todas esas
voces muchas veces silenciadas por la exclusión de los beneficios: becas,
preseas y reconocimientos que son otorgados a unos pocos, excluyendo a esos
muchos más que compiten en concursos con la esperanza y el anhelo de ver
publicados sus poemas algún día. El hecho de que exista un jurado y que
determine bajo ciertos parámetros, muchas veces subjetivos, que hay un
“ganador”, lesiona gravemente el objeto del arte que es el de humanizar la
realidad. Seleccionar discrecionalmente y desechar una obra de arte parece un
ejercicio ruin y deleznable, pues ¿cómo saber que una obra es mejor que otra,
en base a qué criterios, en base a qué parámetros? ¿Cómo saber que Diego Rivera
es mejor que Pablo Picasso? ¿Cómo saber que Mozart es mejor que Vivaldi?
Seleccionar a un ganador por sobre muchos perdedores es la cosa más lesiva para
el mundo del arte.
El objetivo de esta antología poética es
expandir las posibilidades, incluir a los más que se pueda que demuestren un
atisbo con rasgos estéticos en la elaboración de su obra en la rama del arte,
que esta vez se pide sea la poesía. Se
pretende la unión, no la separación. Se pretende que el arte toque a los más y
no a los menos. Se pretende sofocar el mote elitista y selectivo que los comerciantes
de arte han fomentado.
No lesionemos más el arte con burdas
egolatrías. A final de cuentas todo es vanidad… todo será devorado por el
olvido. Seamos solidarios, gentiles con quienes quieren un breve espacio para
ser escuchados. Es tiempo de elevar el arte de lo individual a lo social.
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