A Karen Ochoa,
estos versos premonitorios
Tan
fruto y tan mía eres
que
tanto habré de degustarte a solas.
Mujer
que te embelleces
en cada paso dado sobre arena,
abstraída
en ti, inmersa y tan cautiva,
dueña
eres de la tierra
del
tiempo roto en el curvado péndulo.
y el medianil del astro
sin que él mismo supiera.
Te
veo en Venecia o en Amecameca,
en Paris o en Noruega,
de tez mediterránea te anhelo,
culminada
a párpado bronceado
de
pálidos embrujos y perfumes,
te
veo en mis húmedas almohadas.
Me
cautivas hondo y hondo me consumes
con
la malla del liguero y el encaje,
que
enredas que te ajustas
a
las nocturnas redes de tus piernas
o
al mousse crepuscular de tu cabello.
Hembra
mía, radiante,
hechicera
ojidulce,
dadora
de caricias, terciopelo,
en complemento a tus prístinas uñas.
Abrevaré
de tu cauce en la cima
y
calidez del seno.
Mujer
mía, es verdad,
que
todos esos cisnes
se
parecen demasiado a los ángeles,
y es verdad que soy yo
lo
más cercano y parecido al cisne,
pues
nuestra filiación
es
por un hilo de luz en picada
al
fondo del océano,
con
seres condenados
al
oscuro ritual de su descenso.
Fémina de atunados labios, dama,
rajada
vulva que ama
al
respiro leve, al compás inverbe,
y al tacto de mis sueños.
Cambié
para ti diez gotas de sangre
por
una sola de semilla láctea
que ofrecí solemnemente a tu espalda.
Recogimiento
en flor,
el
ideal y el eros,
de
nuestra carne conjugada en carne.
Lo
único que yo he podido tomar
de
vetustos y alegres callejones,
es
esta sombra que arrastran mis pasos
bajo
épicos balcones.
Mujer,
ya no suspires,
deja
la memoria intacta y serena
pues
tienes mi bufanda
y mi alunada noche por consuelo.
Empieza a clarear esta mañana
y te veo a mi lado
Recordarás esta verdad por siempre:
todo
corazón nace ya ocupado
por
el constante anhelo
de
amar o ser amado.

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