Mis idus de marzo son:
la premonición de las flores
y el activo de las equivalencias,
el testimonio
de todas las cosas muriendo
en su propio esplendor,
en el aquí y en el ahora,
augurio de un todo perfecto.
Nuevamente
la luz penetró cada poro
del cándido tezontle,
aumentando su volcánico latido
y el resplandor de la brasa.
El filo de la obsidiana
acarició mi cuello
con el grácil ritmo
de una mariposa ebria
que pregonaba mi renacimiento.
Dejaré que se asiente el polvo
bajo los anhelos del agua
y como ostra habré de pulir
la pedrería de mis versos
en la caliza de mi paladar.
Su alfabeto timbra
un aura de quietud,
detona en las estepas
mucho más gloriosas
que el polen del oro.
Dejaré que la primavera
estruja el tepetate,
como aquel hombre
que venció a la locura
en su propio territorio
con mandrágoras aladas
y el aullido triste de un coyote.
Adónde sea que nos lleve la humareda,
repleta de esporas y rimas,
adonde sea nos guíe
la sombra de los zopilotes,
ese lugar habrá de ser lo eterno.
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