Zumba el colibrí
con su diáfano aleteo
suspendido, fugaz, etéreo.
En la tersa flor su iris diminuto
con el mundo se extasía.
Bajo el disco solar
Huitzilin viste de topacios,
verdes, metálicos rubíes.
Sus plumitas enloquecen
al efervescer su corazón
de una dicha atemporal.
Apenas una brasa,
un inquieto parpadeo
y la vida le retumba.
Chupamirto alegre
ancestro furioso
que gustaba de tostar la piel
del hombre nómada.
Zumba el colibrí
y evoca la guerra
batiendo sus brazos
de polvo y de aire.
Mensajero crístico
que al titilar la seda
una araña se sonroja.
A mil doscientas veces por minuto
tamborilea su pequeño corazón.
Los nómadas de Aztlán
en aquellos días de lluvia
fueron guiados
por la minúscula deidad
y su pequeña lanza
para robar la miel de las flores.
Nórdico o suriano
el monstruoso mundo no te aterra.
Huitzilin
y los hijos de Huitzilopochtli
fueron llevados ante el águila
y ante la serpiente
justo cuando florecía
el rojo fruto del nopal.
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