Narciso,
¿y qué si te despojan
de tu cuerpo, de tu nombre?
Quedaría un verso tiritando de frío,
cierta paz antes de consumarse el polvo,
la redención del absoluto
con sus cardúmenes de peces
siendo arrastrados al naufragio.
Narciso,
qué hermoso, qué cisne,
tu propio beso te hiere,
pero aquí nadie te habrá de juzgar,
porque todos
se ahogan en su propio estanque.
Siempre has visto al mundo
por debajo de tus hombros,
joven de los nardos blancos
y autocoronado efebo.
Resististe la provocación
de toda ninfa que en su vientre
tu semilla quiso conservar.
Disipaste ese anhelo de labios
acallando al aire entre los dientes
y rehuiste
al cadáver de un centauro,
que flotaba a la par de otros seres
queriendo chupar
la menudez de tus tejidos
con lo funesto de su hocico.
No has podido sustraerte del husmo
por más nácar que te untes
desde el artificio,
pues aquí pululan el hongo,
la bestia y el salitre.
En ese íntimo lago,
esbozaste una sombra para ti mismo
sobre la vibrante mica
revitalizada por el voltio.
La nervadura del litio te subyuga
con su mangana de horas muertas
y una ilusión clavada en la arena.
Ya no hay estados de clarividencia
ni paseos por los bosques
con tu cuadriga de pegasos.
Narciso,
quizá mi generación se vaya
junto con la esfera rota
donde tu reflejo se mecía,
y nuestros calmos manantiales,
se sequen,
pero al menos contemplamos
la desnudez de la luna plena
al disipar las turbias aguas del elogio.

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