Qué afortunado es el hombre
que en los vientos
esparce sus cantos
y sobre la roca señoríos.
Afortunado es el hombre
que la montaña reconoce
como suyo.
Hace mucho
que Polifemo se volvió granito
y Heracles un coloso mineral.
Pero el poeta
es plumaje etéreo,
habitante de las nubes,
una sombra que se alarga
hacia los valles
y que lejos está de los condados
donde el buitre se acicala.
El poeta debe caminar herido
no por persona alguna
sino por la luz de sus saetas,
porque cercano es del águila
y cercano de la estrella.
El poeta debe ser la herida
que los vientos acarician,
pues no hay manera
de entender la vida,
sino a través
de las profundas grietas
que en la roca dejan
las caricias de la lluvia.
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