lunes, 8 de junio de 2015

Kabir

Saint Kabir
Ensayando la iluminación



      Benarés, la ciudad de los templos, es una de las siete capitales sagradas en la India para hinduistas y budistas. Fue fundada hace cuatro mil años por Shivá en la era de Kali (3100 a. C.). Tengo la vaga idea de que algún día pueda llegar a sumergirme en un ghat (balneario) del Ganges y probar la ingravidez bajo sus aguas que se tiran con pesadumbre a la orilla de las escalinatas de los antiguos edificios de Benarés, y no por creer en la metempsicosis o el karma, o incluso en la purificación, sino porque allí nacieron algunos de los grandes guías, entre ellos Kabir, poeta, tejedor y santo de la India del siglo XV que pudo ver en sí mismo lo animado y lo inanimado, y sólo en ese estado lograr una paz que no sabe de odios ni temores.
       A pesar de que los ríos tengan esas cualidades de transformación de la conciencia, yo soy un devoto del mar, y, en especial, del Mar del Norte. Pero reconozco el potencial de los escritos sagrados forjados en la India. Dice el Ishavasya Upanishad Aquél que ve en sí mismo el mundo entero de objetos animados e inanimados y el que también se ve a sí mismo en todos los objetos animados e inanimados, no odia a nadie.” ¿Cómo abordar una doctrina oriental que propone todo aquello que occidente demerita? ¿Cómo entender el gusto y el deleite que los sabios orientales tienen por el vacío? A nosotros, en esta parte del planeta, nos infunde terror el pensar en la vacuidad absoluta como el fundamento de una doctrina de la existencia. Ser en y para lo animado e inanimado es evitar el odio y coquetear con las ausencias.
     “La luna brilla en mi interior; pero mis ojos ciegos no pueden verla.” Fue esta constante búsqueda de Kabir hacia el adentro, la mirada insospechada que es arrojada a la profundidad del yo, el anhelo de encontrarse en todas las cosas y en ninguna, que lo llevó a mirar más allá. Bien es conocida esta transmutación de la mente en todos aquellos que han sido tocados por una realización, la epifanía, el nirvana o un satori. El poeta accede a través de la inspiración a esos estados superiores de conciencia.
       Los poemas de Kabir derraman sabiduría y son una aproximación a los significados más evasivos a través de sus formulaciones versificadas. Leer a Kabir implica encontrar una linterna en medio de la oscuridad.La luna está en mí, lo mismo que el sol. Sin que lo toquen, el tambor de la eternidad resuena en mi interior; pero mis oídos sordos no pueden oírlo. Así, en tanto que el hombre reclame el Yo y lo Mío, sus obras serán como cero.”  A pesar de que el santo Kabir fue creciendo con la influencia de tres variantes religiosas de la zona, como el brahmanismo, el islam y las prácticas sufís, la actitud que adoptó fue la de un libertario, y, hasta podríamos afirmar, la de un experto de la sátira en contra de reyes, gurúes y fanáticos. Decía que si bañarse en el Ganges diera la iluminación, entonces todos los peces nacerían iluminados.
      En uno de sus cien poemas, el número 55, Kabir recita: “Inmerso para siempre en la felicidad y sin temor alguno en el corazón, el Santo mantiene, en medio de los placeres, la armonía de su vida. La infinita presencia…” Las aseveraciones reflexivas, la meditación obligada, el recurso de una oración aleccionante, son características comunes de las estrofas del santo de Benarés. Es heredero de una de las tradiciones religiosas más antiguas de la humanidad. Si en algo la India se ha vuelto una experta entre las naciones del mundo, es en la práctica de una fe inamovible y de hierro. Pareciera ser que en el subcontinente indio se gestó  para siempre la finalidad última de la fe.
     Kabir fue discípulo del asceta Ramananda Swami. Jamás aprendió a leer o escribir, y, sin embargo, sus cien poemas son pasados de lengua en lengua como una perla de sagrada sustancia en el hablar más ordinario del pueblo. Quizá Kabir no estaba en contacto con los “intelectuales” por dudar de su falsa sapiencia: “La dulzura de vagar sobre el océano de la vida inmortal me ha liberado de todo vano parloteo. Como el árbol está en el grano, todos los males están en la charlatanería.” Sus anotaciones meditativas deslumbran por su aparente simplicidad. “Jamás hallarás el bosque si no conoces el árbol, jamás lo encontrarás si lo buscas en las abstracciones.
     Lo absoluto le fue concedido en vida. Se cuenta una leyenda sorprendente. Al morir se pelearon musulmanes e hinduistas, cual chacales, su cadáver. Cuando abrieron el féretro, estaba vacío y en su lugar había un libro en blanco donde ambos bandos escribieron todas las máximas que pudieron recordar. Cierro mi texto citando el poema número 89 de ese libro: “Aquel que vive corporalmente siempre está sediento, porque el objeto de sus afanes es imperfecto, aunque siempre surgen en él, y cada vez más hondas, estas palabras, donde van fusionados el amor y el sacrificio: "Él es esto; esto es Él".”
  

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