¡Oh, roja Palestina!,
¿es acaso la guerra
una muesca interminable del odio?
¿Acaso es el fusil
el diestro espolón de una rabia huera
que aún no termina de asentarse hondo
en nuestros corazones?
¿Qué habrá sido de aquellos buenos dones
con los que bien jugaban nuestros padres
que por hogar tuvieron frías cuevas
y raían el músculo bisonte
con su benevolencia
esperando el estruendo de lo inerte?
¿Quién trajo el odio, quién?
¿Quién hundió al mundo en tanta podredumbre?
¿Sangre en vez de vinagre,
cruel y proterva la mano del hombre?
¿Rojizo es ese triángulo del hambre?
¿Quién mantiene asfixiada a Palestina
bajo la ira y el dolor?
¡Oh, negra Palestina!
el karnyx vocifera un viejo caos
muy propio de las plagas de Occidente,
moscardones de muerte,
alaridos y espiga
que en su solemne velatorio instigan
a hundirnos en las brasas.
A los por qués de un niño
cuando sádico el mundo lo fustiga
con brutalidad e ira.
¡Resiste Palestina!
y recuerda aquellos hijos de Kush
a los fieros Hachemí y los Omeyas
que se encomendaron a las estrellas
para derrotar al ser de la nada
y la esa infesta herida compartida,
semíticas estirpes,
mientras una manada
de ensangrentada encía y de ritual
resuella en la matanza y los escombros.
¡Oh, verde Palestina!,
no tengo minutero
para medir las dagas que resistes,
yo miro la longitud de mis uñas
y el pico roto de las horas tristes
dentro de esta gran jaula
de zozobra y de furia.
¡Ya cuéntame del fuego!
¿Qué hay de esa bella alfombra en llamaradas
que pisan los poetas?
¿También fundaron reinos bajo tierra
donde todo reverdece en oasis
ausentes de grilletes y cadenas?
Libertario el poeta
contra el desdén, el ego y la codicia
del que hurta los zapatos del cadáver
y el dedo en el revólver
lanzando sus misiles de malicia
sobre ese grueso muro de las penas
en donde se consuman genocidios.
¡Oh, blanca Palestina!,
el desierto es tu maestro y refugio,
un resguardo y una casa bajo el sol,
tu hogar y tu coraza.
El día en que mis huesos incendiados
ofrezcan a la mar
su calcio dominante a los abismos,
caerá el sacro dron y su sionismo,
todos los buitres broncos
con sus alas y cuellos fracturados
a la orilla de las agrestes dunas.
Cierto es que eternidad hay en la pezuña,
en la doliente carga de la bestia,
eternidad de polvo acurrucado.
Divinidad hay en esa luz que cruza
los pueblos enclavados
en esas montañas que el viento abraza,
y porque tan cierto es,
que a la par de los rústicos sepulcros,
indoblegables nacen nuestras flores.