No importa
en cuántos mundos
se fragmente un vaso.
No importa
si una púa inoxidable
delinea las suturas
que la herida centellea
sobre el pecho.
Bajo su tutela
el absoluto agrieta las minucias
pero no las quiebra,
las deja respirando
en su camisa de fuerza,
en la crisálida y el harapo
que en disposición están
a contener la fantasía.
Sin menoscabo de los otros,
una carátula rota marca
la rasgadura de las cosas,
y se apoya con su péndulo
para triturarlo todo cuando sueñas.
Después de la cicatriz
nada regresa al mismo punto.
La perfección,
asincerándonos si gustan,
no se encuentra en la entereza
que se procura uno mismo,
sino en la cópula precisa
entre el anhelo y el destino.