Saint Kabir
Ensayando la iluminación
Benarés, la ciudad de los templos, es una
de las siete capitales sagradas en la India para hinduistas y budistas. Fue
fundada hace cuatro mil años por Shivá en la era de Kali (3100 a. C.). Tengo la
vaga idea de que algún día pueda llegar a sumergirme en un ghat (balneario) del Ganges y probar la ingravidez bajo sus aguas
que se tiran con pesadumbre a la orilla de las escalinatas de los antiguos
edificios de Benarés, y no por creer en la metempsicosis o el karma, o incluso
en la purificación, sino porque allí nacieron algunos de los grandes guías,
entre ellos Kabir, poeta, tejedor y santo de la India del siglo XV que pudo ver
en sí mismo lo animado y lo inanimado, y sólo en ese estado lograr una paz que
no sabe de odios ni temores.
A pesar de que los ríos tengan esas
cualidades de transformación de la conciencia, yo soy un devoto del mar, y, en
especial, del Mar del Norte. Pero reconozco el potencial de los escritos
sagrados forjados en la India. Dice el Ishavasya Upanishad “Aquél que ve en sí mismo el
mundo entero de objetos animados e inanimados y el que también se ve a sí mismo
en todos los objetos animados e inanimados, no odia a nadie.” ¿Cómo abordar
una doctrina oriental que propone todo aquello que occidente demerita? ¿Cómo
entender el gusto y el deleite que los sabios orientales tienen por el vacío? A
nosotros, en esta parte del planeta, nos infunde terror el pensar en la
vacuidad absoluta como el fundamento de una doctrina de la existencia. Ser en y para
lo animado e inanimado es evitar el odio y coquetear con las ausencias.
“La
luna brilla en mi interior; pero mis ojos ciegos no pueden verla.” Fue esta
constante búsqueda de Kabir hacia el adentro, la mirada insospechada que es
arrojada a la profundidad del yo, el
anhelo de encontrarse en todas las cosas y en ninguna, que lo llevó a mirar más
allá. Bien es conocida esta transmutación de la mente en todos aquellos que han
sido tocados por una realización, la epifanía,
el nirvana o un satori. El poeta accede a través de la inspiración a esos estados
superiores de conciencia.
Los poemas de Kabir derraman sabiduría y
son una aproximación a los significados más evasivos a través de sus
formulaciones versificadas. Leer a Kabir implica encontrar una linterna en
medio de la oscuridad. “La
luna está en mí, lo mismo que el sol. Sin que lo toquen, el tambor de la
eternidad resuena en mi interior; pero mis oídos sordos no pueden oírlo. Así,
en tanto que el hombre reclame el Yo y lo Mío, sus obras serán como cero.”
A pesar de que el santo Kabir fue
creciendo con la influencia de tres variantes religiosas de la zona, como el brahmanismo,
el islam y las prácticas sufís, la actitud que adoptó fue la de un libertario,
y, hasta podríamos afirmar, la de un experto de la sátira en contra de reyes,
gurúes y fanáticos. Decía que si bañarse en el Ganges diera la iluminación,
entonces todos los peces nacerían iluminados.
En uno de sus cien poemas, el número 55,
Kabir recita: “Inmerso para siempre en la
felicidad y sin temor alguno en el corazón, el Santo mantiene, en medio de los
placeres, la armonía de su vida. La infinita presencia…” Las aseveraciones
reflexivas, la meditación obligada, el recurso de una oración aleccionante, son
características comunes de las estrofas del santo de Benarés. Es heredero de
una de las tradiciones religiosas más antiguas de la humanidad. Si en algo la
India se ha vuelto una experta entre las naciones del mundo, es en la práctica
de una fe inamovible y de hierro. Pareciera ser que en el subcontinente indio
se gestó para siempre la finalidad
última de la fe.
Kabir fue discípulo del asceta Ramananda
Swami. Jamás aprendió a leer o escribir, y, sin embargo, sus cien poemas son
pasados de lengua en lengua como una perla de sagrada sustancia en el hablar
más ordinario del pueblo. Quizá Kabir no estaba en contacto con los
“intelectuales” por dudar de su falsa sapiencia: “La dulzura de vagar sobre el océano de la vida inmortal me ha liberado
de todo vano parloteo. Como el árbol está en el grano, todos los males están en
la charlatanería.” Sus anotaciones meditativas deslumbran por su aparente
simplicidad. “Jamás hallarás el bosque si
no conoces el árbol, jamás lo encontrarás si lo buscas en las abstracciones.”
Lo absoluto le fue concedido en vida. Se
cuenta una leyenda sorprendente. Al morir se pelearon musulmanes e hinduistas,
cual chacales, su cadáver. Cuando abrieron el féretro, estaba vacío y en su
lugar había un libro en blanco donde ambos bandos escribieron todas las máximas
que pudieron recordar. Cierro mi texto citando el poema número 89 de ese libro:
“Aquel que vive corporalmente siempre
está sediento, porque el objeto de sus afanes es imperfecto, aunque siempre
surgen en él, y cada vez más hondas, estas palabras, donde van fusionados el
amor y el sacrificio: "Él es esto; esto es Él".”
No comments:
Post a Comment