Vozabisal
por Hans Giébe
“La cámara es mejor que el ojo”
Tina Modotti y Edward Weston


Hace unos
días visité la exposición fotográfica de Edward Weston y Tina Modotti
recientemente inaugurada en el Museo de Arte Moderno (MAM) que se encuentra adentro
de la fronda siempreviva del Bosque de Chapultepec.
Hacia
1966 se ofreció en el Museo de Arte Moderno la obra de Weston, y en 1995, parte
de los trabajos impresos en plata aglutinante de Tina Modotti. El
norteamericano fue maestro y precursor del talento visual de Tina Modotti, sin
menoscabar el estilo propio de la italiana. Fueron complemento en cuerpo e
ideas, y se percibe en sus fotografías un vínculo de sensibilidad. No se ve una
relación frívola entre modelo y fotógrafo, y mucho menos una relación meramente
sensual y erótica entre maestro y discípula. Se percibe el auténtico cariño de
ambos por una labor creativa y por el gozo de un acompañante del sexo opuesto
que comparte una visión común frente a la vida. Si fue amor – considerando la
palabra “amor” como todo acto de creación-, entonces Tina y Edward estaban
enamorados uno del otro, y sin dejar a un lado el amor que desarrollaron por el
México posrevolucionario.
Al respecto
de esta relación, José Emilio Pacheco, apuntó hacia el año 1979: “El
intercambio fue absoluto, pues gracias a Weston el talento de Tina encontró los
cauces adecuados para expresarse. Ellos fundaron la fotografía moderna en
México y descubrieron a Manuel Álvarez Bravo y a Gabriel Figueroa. El muralismo
fue conocido en todas partes por medio de las fotos de Tina.”
Tina
Modotti nació en Udine, Italia, en 1896 y murió en México en 1942; y Edward
Weston en Chicago hacia 1886, y falleció en California en 1958. Venían del
norte, del otro lado del endeble muro que hoy en día exhibe la mediocridad de
las fronteras y la estrechez mental de algunos dirigentes. En ese entonces, en
la década de los veinte, para los extranjeros México era un país extraído del
sueño más surrealista de los primeros seres. Era el momento de la calma después
de una Revolución que terminó por reafirmar identidades extraviadas, razas
ocultas tras la serranía y los desiertos, una identidad nacional maltrecha que
retomaba una fuerza inusitada. El inicio del renacimiento mexicano a través del
muralismo y sus más grandes exponentes.
Para
Modotti y Weston, México era un cofre abierto de imágenes y personajes. La
muestra reúne 67 imágenes lejanas ya del pictorialismo
que se caracteriza por las atmósferas nebulosas, siluetas etéreas y una luz
difusa –a manera de imitación a las obras de los impresionistas-. Abundan los
retratos, los enfoques sobre las manos (como algunos estudios al óleo de Rafael
y Da Vinci), desnudos, y hasta sencillos montajes de naturalezas muertas.
Al
inicio del recorrido hay una frase de Weston que me atrajo: “La cámara es mejor que el ojo.” En aquel
entonces surgió un debate: si la fotografía pertenece al arte o no. Pues los
retratistas y paisajistas, con su talento innato e incontables horas de
práctica, se sintieron desplazados por los augurios de la tecnología tras la
lente. Voy a defender a la pintura frente a la fotografía, aunque ésta bien se
haya ganado un lugar en las expresiones gráficas, ya que en mis venas aún
deambula una sombra con pincel en mano y una paleta llena de colores.
No
considero a la fotografía dentro de las artes finas, pues interfiere una
máquina en la elaboración de la imagen. No considero al cine dentro de las
artes elevadas por las mismas razones. El cine se ha vuelto un platillo de
fácil digestión para las ociosas masas. Dentro del recorrido me vino una idea a
partir de la pregunta que se le hizo a Tina Modotti, la cual inquiría en saber
si ella consideraba sus trabajos como arte. Modesta y cautelosa, respondió:
“Tan sólo soy una fotógrafa.” Es por eso que me atraparon las fotografías de
ambos creativos, en especial una donde capturaron a Nahui Ollin.
Contra
los fotógrafos y cineastas de medio rango, contra los improvisados y bufones,
se me ocurrió la prueba del Carbono´15,
la cual consiste en colocar un trozo de carbón común y corriente, el material
más ordinario, frente al sujeto puesto a prueba. Si puede escribir un exquisito
poema, dibujar con precisión un retrato o paisaje, esbozar un complejo
arquitectónico inigualable o anotar las novedosas claves de una melodía en forma
original, irrepetible, única y sublime, entonces bien puede llamársele artista.
En esta
era donde las máquinas están ganando terreno, donde los productos masivos y las
artesanías populares abundan tanto como los histriones, un simple trozo de
carbón puede ser la diferencia entre el talento dotado de genio y un producto más
en el mercado resultado de las peripecias tecnológicas y mediáticas. Jamás una
lente sin vida será mejor que el ojo agudo del auténtico artista. Jamás.
* * *
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